LA MISIÓN DEL CONGRESO

martes, 24 de marzo de 2009
El sorpresivo e improvisado proyecto de adelantamiento de las elecciones legislativas para el próximo 28 de junio es probablemente la jugada más arriesgada de toda la vida política del matrimonio Kirchner. Si obtienen un triunfo electoral, habrán ganado un cierto margen de maniobra para capear una tormenta que, en una porción nada despreciable, ellos mismos siguen alimentando. Si pierden, habrán montado un aparatoso escenario para una eventual huída de sus compromisos de gobierno.

Claro que el camino al desenlace tiene todavía que superar algunos democráticos y republicanos “escollos”. En principio, la modificación de la fecha deberá ser aprobada por el Congreso Nacional; y luego, habrá que ver si se concreta la discutible candidatura de Néstor Kirchner –devenido en impostado pingüino bonaerense-para dar la madre de todas las batallas en la provincia de Buenos Aires.

En este marco, los distintos sectores de la oposición están quedando a la defensiva, entrampados en el irresponsable juego político de cortísimo plazo que le está imponiendo el kirchnerismo.

Mientras tanto, la dinámica de la crisis socioeconómica local y los perniciosos efectos de la crisis global, ya han comenzado a retroalimentarse mutuamente y a potenciarse.

¿Es posible salir de esta peligrosa encerrona? ¿Hay acaso un camino más productivo que la oposición puede comenzar a transitar? ¿Qué papel puede encarnar una amplia y diversificada ciudadanía independiente, que mira atónica estas maniobras electoralistas en la cornisa? Tal vez la respuesta, o al menos parte de ella, podamos encontrarla en el Congreso.

Quizá como en los aciagos días de la crisis de 2001-2002, y otra vez en el 2008, en virtud de su capacidad para procesar el conflicto entre el gobierno y los sectores agropecuarios, el Congreso está llamado hoy, nuevamente, a jugar un rol de la más alta responsabilidad institucional.

Buena parte de esa responsabilidad pasa en la actualidad por ensanchar el horizonte de toma de decisiones, por generar un sentido del tiempo político que no se agote en el cortoplacismo electoral. En momentos como los que vivimos se hace imprescindible producir una cierta visión de futuro consensuado, dibujar los trazos gruesos de una renovada orientación estratégica, abrir espacios donde las demandas y los conflictos comiencen a encontrar nuevos cauces institucionales de expresión y vías progresivas de resolución.

En este sentido, el Congreso es el ámbito idóneo para que las distintas fuerzas políticas acuerden un programa legislativo de consenso que parta de la base de recuperar sus atribuciones constitucionales, y que apunte a garantizar la gobernabilidad democrática del país en un contexto de fuerte zozobra socioeconómica, de alta incertidumbre internacional, y de evanescente poder político presidencial. Ese programa mínimo, incluso, podría servir para allanar el camino a la integración de ciertas candidaturas.

Algunas de esas iniciativas implican desandar los equivocados caminos por los que nos ha llevado el matrimonio gobernante; otras, en cambio, suponen llevar a la práctica una serie de positivos anuncios que el propio oficialismo hizo, pero que no ha concretado todavía, o que avanzan a marcha muy lenta.

Los componentes básicos de ese programa podrían incluir:

1. Acuerdo con los sectores agropecuarios en base al documento conjunto de la Comisión de Enlace del 12 de marzo de 2009;
2. Normalización inmediata del INDEC mediante una ley que garantice su autonomía institucional del Poder Ejecutivo Nacional;
3. Convocatoria a la Mesa del Diálogo Argentino para debatir con diferentes sectores de la sociedad y la política los grandes ejes de la agenda pública del país: desarrollo, integración al mundo, pobreza, empleo, seguridad, etc.;
4. Normalización de las relaciones con el Club de París y los organismos multilaterales de crédito, incluido el FMI;
5. Avanzar en la negociación con los tenedores de títulos externos (holdouts);
6. Respaldo a la independencia institucional de los órganos de control del Estado y combate a la corrupción, dejando sin efecto todos los intentos de limitación o intervención por parte del Poder Ejecutivo en sus estructuras, funciones o iniciativas (Fiscalía de Investigaciones Administrativas, Oficina Anticorrupción, AGN, etc.);
7. Derogación de la Ley de “blanqueo” de capitales;
8. Derogación de la reforma del Consejo de la Magistratura, retornando la constitución del cuerpo a su formato original;
9. Normalización de las relaciones con Uruguay en base a un acuerdo consensuado para superar el conflicto por la instalación de la planta de Botnia;
10. Fortalecimiento del MERCOSUR en el marco de una estrategia regional coordinada para enfrentar la crisis internacional.

Tanto las políticas económicas específicas para enfrentar la situación actual, como las políticas sociales, que antes de la agudización de la crisis ya parten de un piso de pobreza que ronda el 30% de la población, requieren de un marco creíble de reglas donde el equilibrio de poderes, el sistema de estadísticas nacionales o la seguridad jurídica no sean una rama degradada de la literatura fantástica. Una sociedad que a diario comprueba que en la política “todo vale”, se hunde paulatinamente en una anomia sin término.

Las próximas elecciones, en junio o en octubre, consagrarán a un puñado de ganadores y dejarán un tendal de perdedores, pero seguramente nuestros problemas nos estarán esperando, agravados, al día siguiente del acto comicial. Incluso bajo la hipótesis de un triunfo pírrico del kirchnerismo en tierras bonaerenses, el escenario postelectoral más probable a nivel nacional es que el oficialismo sufrirá una importante sangría de escaños, ya sea a manos de la Coalición Cívica y la UCR, ya sea a manos del PJ “suplente”. Por tal razón, nuestra dirigencia debe comenzar desde ahora a elaborar un núcleo estratégico de decisiones consensuadas para afrontar la crisis. De lo contrario, la sociedad en su conjunto estará nuevamente al borde de una peligrosa frustración, y los sectores más vulnerables padecerán la amarga combinación de malas políticas locales y de peores condiciones externas.

Frente a un Poder Ejecutivo que no hace del diálogo su práctica discursiva predilecta, que no se reúne con la oposición, que toma decisiones cruciales -e intempestivas- en el solitario vértice de una pirámide de poder que día a día muestra cimientos más endebles, el Congreso Nacional tiene una misión de enorme responsabilidad institucional. Confiemos en que estará a la altura de la circunstancias. Apoyémoslo activamente para que así sea.

La Plata, 16 de marzo de 2009.
Publicado en la página del Centro de Investigaciones Políticas: http://www.cipol.org/ y en el Blog del Club Político Argentino: http://clubpoliticoargentino.blogspot.com/

INSEGURIDAD CIUDADANA: LAS SOLUCIONES PELIGROSAS

viernes, 20 de marzo de 2009
A primera vista, la pena de muerte ofrece una solución rápida, drástica, definitiva, para un problema tan complejo como abrumador que padece toda la sociedad argentina.

Su lógica es sencilla, aunque tenga demasiados costados flacos. A fin de cuentas, como dice el dicho cruel, “muerto el perro se acabó la rabia”. En todo caso, habría que ver cuántos desdichados sería necesario eliminar para erradicar la epidemia, quién se encargaría del asunto, qué recaudos habría que tomar para evitar eventuales errores, y otros detalles “técnicos”; mientras tanto, ya tenemos una “solución” para el problema.

Desde esta perspectiva, la inseguridad guarda algunos parecidos, y varias diferencias, con otros graves problemas estructurales que padece nuestro país, y está relacionado con todos ellos: el errático y declinante rumbo socio-económico que ya lleva décadas, la dinámica de un Estado capturado por fragmentos de partidos, empresas o sindicatos, cuando no por módicas y cambiantes mafias, o el patrón de exclusión social que día a día asesina la esperanza de millones de compatriotas.

Se parece a, y está vinculado con, todos esos problemas porque sus auténticas soluciones son difíciles, costosas, y lentas, pero las diferencias no son menos importantes.

Por de pronto, los hechos delictivos permiten demonizar fácilmente a un responsable inmediato, directo, y la nuestra es una sociedad acostumbrada a producir etiquetas simplistas, hijas de un maniqueísmo feroz: “gaucho malo” o “subversivo”, “oligarca vendepatria” u “homicida”, son conocidas advocaciones de ese Otro que habría que eliminar –de manera rápida, drástica, definitiva- para que este país, de una buena vez, empiece a andar como corresponde. “Ah, si yo fuera presidente”…, se oye distraídamente por ahí, y el hablante se imagina orondo con su reluciente traje de pequeño tirano, de derecha o de izquierda, dando órdenes minuciosas, implacables, incontrovertibles. Quizá prisionero de nuestro amargo pasado es más raro que el susodicho se imagine como un activo primer ministro que promueve acuerdos en el marco de una democracia parlamentaria.

Claro que tampoco la política está ayudando mucho. Un poco por causas actuales, y bastante más por razones lejanas. En el primer caso, porque crecientes sectores sociales perciben que desde las más altas cumbres del poder los problemas de la seguridad no son tratados con la consideración que merecen. No deja de ser curioso que en su reciente discurso ante la Asamblea Legislativa, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner prununció 7630 palabras, pero “seguridad” o inseguridad” no formaron parte –ni siquiera una vez- de ese extenso vocabulario.

Pero sin dudas hay causas más profundas. Después de todo, la “política” de seguridad es parte de “la” política, y la política en nuestro medio, y hasta nuevo aviso, es una cuestión que se dirime en el cortísimo plazo, atravesada por intereses, visiones y conflictos tan limitados como sus protagonistas, sin acuerdos de fondo, sin acatar reglas estables, sin planes orgánicos, sin cuadros formados, sin recursos adecuados, sin continuidades ni transparencia.

Todo esto vale también para la educación, la salud o el desarrollo social; la única diferencia es que los magros resultados de la política de seguridad se pagan con una ominosa cuota de sangre, con familias que se astillan para siempre, con la atroz estadística de muertes que se acumulan

Pasa el tiempo y el cóctel es cada vez más espeso. Todos los días se pierden vidas: de asaltados y de asaltantes, de policías y de ladrones. Las soluciones fáciles, y peligrosas, van ganando terreno. Para colmo de males los argentinos poseemos una gran capacidad para asociarnos con miras al enfrentamiento y al conflicto, pero somos bastante menos eficaces a la hora de la cooperación solidaria o el equilibrio pactado.

No vaya a ser cosa que vecinos y familiares legítimamente indignados, mordidos por la tragedia y hartos de no tener repuestas institucionales, empiecen por propia mano a enfrentar el complejo y abrumador problema de la inseguridad mediante soluciones rápidas, drásticas, definitivas.

La Plata, 7 de marzo de 2009. Publicado en el Diario DIAGONALES, 9 de marzo de 2009

LA TEORÍA POLÍTICA DEL KIRCHNERISMO

jueves, 19 de marzo de 2009

…una ciudad corrompida que vive bajo un príncipe no podrá llegar a ser libre
aunque ese príncipe desaparezca con toda su estirpe, por lo que conviene que un
príncipe suceda a otro, pues no descansará hasta crear un nuevo señor…"

Nicolás Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Libro I, parágrafo 17.


Con las ideas, como con las palabras, se pueden hacer muchas cosas, pero sobre todo se pueden hacer dos cosas: mencionarlas o usarlas.

Alguien “menciona” una idea cuando la nombra, cuando genera una secuencia de signos en torno a esa palabra, o a esa idea, cuando en una disputa meramente señala, por ejemplo, que va a respetar el diálogo, la calidad institucional o los compromisos asumidos. Pero alguien “usa” una idea cuando la utiliza efectivamente como mapa cognitivo para mirar el mundo, y toma decisiones congruentes con los supuestos y las previsiones que se derivan de esa idea. Para decirlo con una ilustración a la mano: Si un gobernante dice que respetará las instituciones públicas, pero falsea sistemáticamente las cifras oficiales, entonces, y bajo la hipótesis realista que pretende mantenerse en el poder, ese gobernante en realidad cree que la mentira persistente es un instrumento de gobierno más adecuado.

En un caso, pues, profesamos una teoría política, una manera de ver el mundo del poder y fundar nuestras decisiones, que podríamos llamar “manifiesta”, “superficial” o “pública”, en la que mencionamos muchas palabras; en el otro caso, le somos fiel a una teoría política “latente”, “profunda” o “secreta”, que usamos realmente para resolver nuestros problemas.

De un tiempo a esta parte se han escrito caudalosos arroyos de tinta acerca de la teoría política “profunda” del kirchnerismo. Sus principios son, a esta altura del partido, sobradamente conocidos: acumulación de los poderes republicanos, concentración piramidal de la toma de decisiones, control político de las calles, centralización federal del nivel de gobierno, manejo discrecional de los recursos fiscales, viraje arbitrario de las regulaciones económicas, y otros despropósitos por el estilo. Algunos de estos principios ya han mostrado capacidad para devorar a sus propios progenitores, pero otros no han sido desmentidos ni por la sociedad ni por sus instituciones, o sea que hasta ahora, al menos, no han sido refutados por la realidad, que es la única verdad.

Ahora bien, una primera pregunta que ha comenzado a repiquetear en estos días, a resultas del cambio de actitud respecto del conflicto agropecuario, es si se trata de un viraje estratégico, algo así como un cambio de paradigma teórico, o apenas es un ajuste táctico ante una fortuna definitivamente adversa. Como bien lo anticiparon los dirigentes del sector agropecuario, la confianza no se reconstruye con palabras (esto es, no basta con “mencionarla” en los discursos y los acuerdos), sino que hay que edificarla pacientemente con hechos reiterados a lo largo del tiempo, hay que ponerla en práctica con decisiones confiables. Para citar otra vez a un filósofo experto en cuestiones de lenguaje: “al rengo habrá que verlo caminar”.

Pero por debajo, o por detrás, de esta interrogante puntual, hay una pregunta algo más perturbadora a la que deberíamos prestarle atención. Cualquier cosa que sea el kirchnerismo, es claro que no ha sido una tormenta en día sereno. Lo poco o lo mucho, lo bueno o lo malo de su aprendizaje de gobierno, su manera de ver y de actuar en el mundo de la política o los negocios, lo aprendieron aquí, en estas tierras, no en Júpiter.

Por eso, y más allá de estilos y de formas (que importan, y mucho), me pregunto si la teoría política “profunda” del kirchnerismo acaso no se corresponde demasiado bien con la estructura y la dinámica del poder –político, económico, social o cultural- de la Argentina contemporánea. Me pregunto si acaso el kirchnerismo no tomó debida nota de la persistente oscilación que nos ha tenido a mal traer en el último cuarto de siglo de vida democrática, y que ha afectado tanto la eficacia de las políticas como la calidad institucional de la república. De acuerdo con ese desdichado esquema pendular, los términos opuestos han sido concentración política o fragmentación partidaria; gobiernos personalistas y providenciales, o dispersión caótica; eficacia omnímoda y descontrolada versus pluralismo inoperante. El último Alfonsín y todo De la Rúa de un lado, Menem y Kirchner del otro. De los que ya terminaron, todos terminaron mal, es cierto, pero hay diferentes formas de terminar mal.

Así las cosas, alguien podría decir, y con razón, que la teoría política del kirchnerismo es tan primitiva como su “teoría” económica, y que debe ser superada por algo mejor. Pero entre ambas hay una distancia no menor que se traduce en términos de su eficacia diferencial. En la actualidad, la teoría económica es forzosamente global y eso le impone restricciones infranqueables y oportunidades delimitadas. Por haber respetado prudentemente esas restricciones, países como Chile o Brasil tendrán ahora oportunidades que la Argentina verá pasar de largo. En cambio, la teoría política profunda todavía, y por mucho tiempo, podrá darse el lujo de ser nacional, provincial o pueblerina, y de actuar en el marco de esos estrechos (o demasiado laxos) márgenes.

Quizá alguno/a juzgue ociosas estas indagaciones, que dirigidas al kirchnerismo pronto serán objeto de reposada curiosidad historiográfica. Pero los actuales líderes opositores –y los ciudadanos de a pie- harían bien en comenzar a espigar algunas lecciones de esta amarga experiencia.

Quizá más temprano que tarde esos líderes emergentes deban enfrentar una decisión crucial, y contestar aquella pregunta perturbadora: ¿Hasta qué punto están dispuestos a poner en práctica de manera efectiva, con qué beneficios y a qué costos, las palabras y las ideas que hoy tanto se mencionan?

La Plata, 5 de marzo de 2009.

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