FAMA

miércoles, 29 de julio de 2009
Alguna vez John Winston Lennon escandalizó a propios y extraños al decir que los Beatles “eran más famosos que Jesucristo”. Pese al revuelo que se armó, y que obligó al muchacho de Liverpool a pedir disculpas a medio mundo, hoy sabemos que Lennon, en esencia, estaba en lo cierto.

El recuerdo viene a cuento porque rastreando la letra de una canción en Internet se me ocurrió buscar en Google a “Michael Jackson”. Todavía me dura el asombro. Puesto en cifras gruesas y sin filtrar detalles, la computadora marcó en esta fría tarde de invierno 240.000.000 de registros en 0,13 segundos. Repito: doscientos cuarenta millones. En realidad son muchísimos más, porque este planeta está habitado, entre otras especies, por incontables seres humanos repletos de buenas intenciones pero con limitada gramaticalidad, entonces lo homenajean al autor de “Heal the World” bajo diferentes y muy disonantes advocaciones. Por ejemplo, algunos lo veneran como “Michael Jakson” (678.000 registros), otros lo mencionan como “Michael Jacson” (204.000), para no hablar de las 33.000 entradas que lo toman como suena y le dicen “Maichael Jackson”, o que derrapan con algunas letras y lo conocen como "Maichel Jakson" (6.950), "Michael Yakson" (2.510) o "Michael Yacson" (1.810), y tampoco faltan unos pocos que lo siguen bajo el nombre de “Maichael Jakson” (419), e incluso hay quienes lo consideran “Maichael Jacson” (315). En fin, en este incompleto recorrido (me faltaron casi todas las páginas de China, no verifiqué ninguna mención en cirílico, tampoco busqué nada en Zulú, y apenas si sobrevolé de pasada un blog checo) la cuenta me da: 240.927.004 entradas. Me cuesta imaginar a alguien más famoso en este momento.

Para tener una idea de las galácticas diferencias que separan al inventor de la caminata lunar del resto de los mortales van algunas odiosas comparaciones de muestra. Por ejemplo, Barack Obama anda por las 82.700.000 entradas y la reina consorte del pop, Madonna, casi me dio lástima: 33.000.000 de registros; en cambio Britney Spears no está nada mal: 85.200.000 referencias. Lo de Madonna hay que considerarlo un mérito porque en Internet el talento musical no está pagando mucho. Frank Sinatra se anota con 10.400.000 entradas y la diáfana voz de Babra Streisand a duras penas junta 3.300.000 registros. Para que la injusticia sea completa baste señalar que Julio Iglesias, con 3.580.000 menciones, la borró del mapa a Naná Mouskouri con 1.000.000 de entradas. Al morboso lector hay que aclararle que la trágica muerte tampoco asegura nada. Cierto que Elvis Presley brilla con 16.400.000 referencias, pero Kurt Cobain (3.870.000) o Jim Morrison (2.360.000) andan a la cola.

Por supuesto que Hollywood siempre tiene lo suyo, pero nadie vuela tan alto como el prodigioso Michael. Hay que mover mucho el avispero para alcanzar las entradas de Angelina Jolie (37.800.000) o las del carilindo Brad Pitt (24.900.000). En cambio la desdichada Jennifer Aniston, que ha sufrido tanto, encima padece una cierta anemia de registros: 17.700.000. Claro que con esos números igual le pasa el trapo a otros que la vienen remando desde hace mucho tiempo en cartelera. Por ejemplo, la flaca Julia Roberts marca 7.550.000 y ni hablar lo que ha tenido que revolcarse Harrison Ford, en la piel de Indiana Jones, para acumular 4.620.000 referencias. Bastante más atrás aparecen Dustin Hoffman (2.450.000) o el que danzaba con lobos, Kevin Costner, con 2.380.000 menciones.

El deporte globalizado me dejó un sabor agridulce. De movida, comprobé que no hay con qué darle a Tiger Woods, con 28.500.000 registros, y que el bueno de Roger Federer -con 15.600.000 menciones- lo dejó con las ganas al mallorquín Rafael Nadal (7.550.000). Pero se me vino el alma al piso cuando descubrí que un tal Pelé, con 21.000.000 de entradas, le sacaba varios cuerpos de ventaja al mejor de todos los tiempos: Diego Armando Maradona, con escasas 10.800.000 menciones. Por suerte la pulga Messi llegó justo para poner al goleador del Santos en su justo lugar; con 23.500.000 registros el pequeño astro del Barcelona salvó sobre la línea el honor nacional y lo dejó al brasilero segundo cómodo.

Hablando de orgullo vernáculo, un censo heterogéneo mezcla confirmaciones con sorpresas. Evita puntea con 19.800.000 registros, pero Borges le pisa los talones con 19.000.000, bastante por delante del Che Guevara (6.790.000), el General Perón (2.720.000), Carlitos Gardel (2.220.000) o Julio Cortázar (1.860.000). Para que no se agranden los chacarita hay que tener en cuenta que los famosos de entre casa no mojan en la aldea global: Marcelo Tinelli (391.000), Mirtha Legrand (352.000) o Adrián Suar (184.000) ni mueven el amperímetro.

En fin, ya se sabe que la web mezcla la Biblia y el calefón. Será por eso que Lennon tenía razón nomás: el pobre Jesucristo, con 5.000.000 de registros, está muy por debajo de los Beatles con 51.500.000 entradas. El problema es que también anda bien lejos de Hitler (38.000.000) o de Stalin (14.500.000).

Pero no todo está perdido en el universo cibernético. La búsqueda de “Dios” a muchos les ha devuelto la fe, y a otros, 75.600.000 referencias.

La Plata, 27 de julio de 2009.

PROFUNDIZAR LA GOBERNABILIDAD

lunes, 6 de julio de 2009
En la madrugada de la contundente derrota electoral, Néstor Kirchner señaló que la tarea de la hora era “profundizar la gobernabilidad”. Si bien un día después la presidenta se deshizo en elogios no correspondidos hacia la propuesta de “Pino” Solanas, y miró con grandes ojos avariciosos su buena cuota de diputados, se espera que la orientación efectiva del gobierno camine por senderos menos resbaladizos. Esto es, en vez de avanzar hacia el precipicio abrazados al lema “profundizar totalmente el modelo sin preocuparnos por la gobernabilidad”, sería mejor que la consigna del momento fuese algo así como “profundizar la gobernabilidad pero sin abandonar totalmente el modelo”.

La buena noticia de la semana es que la estructura de incentivos políticos alienta alguna esperanza de conformar un escenario medianamente razonable. En este sentido, podríamos decir que hay una zona de equilibrio de intereses convergentes que propicia el logro de acuerdos, aunque todavía no haya puntos claros de coincidencia. De un lado, la pareja gobernante no está dispuesta a dejar el poder, y del otro, a las diferentes oposiciones (peronismo disidente y sobre todo al pan-radicalismo) no les conviene ocuparlo. Y si bien por el momento ambos se rechazan, las dos partes de la ecuación política se necesitan para transitar el largo y escabroso camino que nos separa del 2011. En el caso del gobierno, razonablemente pretende seguir adelante pero no a cualquier precio, es decir, aceptando cualquier tipo de imposición de nombres o de políticas; en el caso de las oposiciones, requieren tiempo para organizarse, y lo que menos querrían en lo inmediato sería hacerse cargo del poder improvisadamente para efectuar el trabajo sucio de un inevitable ajuste.

Es claro que no los une el amor sino el espanto, pero un poco de unión siempre fue algo más que nada. De este modo, el gobierno requerirá apoyos en el Congreso para enfrentar un escenario socioeconómico complicado, pero la oposición necesitará que el oficialismo navegue por esta crisis sin encallar. Sería suicida para el peronismo disidente o para el “Acuerdo Cívico y Social” dinamitar la nave gubernamental, y un abrupto abandono del Ejecutivo por parte de los Kirchner sería un excelente pasaporte para ellos, y para buena parte de sus más encumbrados funcionarios, hacia un interminable desfile por los tribunales de Comodoro Py.

Ahora bien, no hay gobernabilidad sin consensos básicos entre los actores estratégicos de la sociedad: tanto de los actores político-institucionales -el Congreso, los gobernadores, los partidos y el Ejecutivo Nacional-, como de algunos actores sociales: empresarios, sindicalistas, organizaciones sociales, etc. Esos acuerdos pueden parecer hoy de difícil elaboración pero no hace mucho tiempo enfrentamos un escenario semejante, y como lo han destacado algunos analistas en estos días, la memoria de lo acontecido puede resultar aleccionadora.

En los primeros meses del 2002 el país marchaba a la deriva. Fue entonces cuando el gobierno de Duhalde logró conjugar un esquema básico de poder para encauzar la crisis. En ese esquema fueron fundamentales la convocatoria a un amplio diálogo entre actores políticos, empresariales y de la sociedad civil; la implementación de un programa social de cobertura universal; y la designación de un ministro con probada solvencia técnica, autonomía de gestión y capacidad para generar confianza en los agentes económicos internos y externos. Pero esa trama de decisiones tuvo como marco el virtual pacto de gobernabilidad que el entonces presidente interino firmó el 24 de abril de 2002 con la mayoría de los gobernadores (no lo firmaron San Luis, la Ciudad de Buenos Aires y... Santa Cruz). El texto, bautizado como el documento de los “Catorce Puntos”, no constituyó ningún parteaguas en la historia del pensamiento político occidental, pero sirvió para fijar límites y definir orientaciones políticas clave. Aunque su contenido luce hoy desactualizado en varios rubros, y en otros testimonia el éxito de ciertos eficaces lobbistas, quizá recordar su contenido puede tener todavía alguna función inspiradora. Decía así:

Respetar los acuerdos internacionales de la Nación y reafirmar la vocación de integrar la Argentina al resto del mundo. 2) Firmar en un plazo no mayor de 15 días los acuerdos bilaterales con las provincias, dando cumplimiento al Pacto Fiscal suscripto oportunamente. 3) Elevar al Congreso de la Nación, en un plazo no mayor de 90 días, el proyecto de ley consensuado de un nuevo sistema de coparticipación federal de impuestos. 4) Propiciar las políticas fiscales y monetarias que mantengan la disciplina y los equilibrios necesarios que eviten la suba descontrolada de precios y la inestabilidad cambiaria. 5) Garantizar a los ahorristas, a través de instrumentos legislativos adecuados, la previsibilidad necesaria sobre el destino de sus fondos asegurando su liquidez. 6) Garantizar las acciones que restablezcan en forma inmediata un sistema financiero sólido y confiable. 7) Instrumentar un nuevo acuerdo de responsabilidad fiscal para la administración nacional, provincial y municipal que asegure su cumplimiento mediante un sistema explícito de premios y castigos. 8) Propiciar una reforma impositiva integral moderna y simplificada que aliente y estimule la inversión de capitales e impida la evasión, la elusión y el contrabando. 9) Propiciar la inmediata sanción de la ley de Quiebras. 10) Propiciar la inmediata derogación de la ley de Subversión Económica. 11) Propiciar la repatriación de capitales argentinos destinados principalmente a proyectos productivos con demanda de mano de obra intensiva. 12) Alentar las inversiones nacionales y extranjeras dedicadas a la exportación de productos manufacturados o a la sustitución eficiente de importaciones. 13) Asegurar el cumplimiento efectivo de la reforma política acordada, asegurando la reducción de gastos políticos y burocráticos innecesarios y la modernización de las formas de selección electoral. 14) Asegurar un mecanismo de asignación de planes de empleo convirtiéndolos en empleos efectivos a través del sector productivo.

A la vista de dónde venimos, y por dónde estamos, el futuro no parece tan oscuramente malo; lo único que nos anda faltando son los catorce puntos, una extendida disposición al diálogo y la decidida voluntad de acordar...

La Plata, 5 de julio de 2009.

¿DEL KIRCHNERIATO AL KIRCHNERISMO?

miércoles, 1 de julio de 2009
Los resultados de las elecciones del 28 de junio parecen haber cerrado dos ciclos y abierto la puerta a dos países políticos.

El primer ciclo es el que comenzó con la salida de la crisis del 2001, cuando el binomio Duhalde-Lavagna empezó a enderezar el barco después del desastre, y luego fue continuado por los Kirchner. El despegue fue posible gracias a la articulación de tres factores básicos: una táctica (llamarla estrategia sería forzar un poco las cosas) de inserción competitiva en el mercado mundial, un esquema (precario pero defendible) de solvencia fiscal y una firme autoridad política con eje en la figura presidencial. Designar a este esqueleto un “modelo” ha sido una licencia poética, pero mirado desde donde veníamos alcanzó para “crecer a tasas chinas” y recuperar el empleo, sobre todo en la fase fácil de expansión basada en una alta capacidad productiva ociosa y con un contexto internacional excepcional.

El segundo ciclo, más corto, empezó como empiezan casi todos los desbarajustes de una Argentina que se cree entretenida, y es pavorosamente monótona en su decadente desorden: la debacle comenzó con el desarme de los elementales componentes del triángulo. En este caso, arrancó bastante antes del conflicto con el campo, cuando la producción empezó a tocar el techo de las capacidades instaladas y la inflación empezó a salirse de cauce; luego, los desbordes fiscales utilizados para remendar inconsistencias o sufragar la campaña de Cristina Presidente encendieron las luces amarillas, y el posterior intento de torniquete impositivo a los sectores agropecuarios chocó con la rebelión del interior y el rechazo de los grandes centros urbanos. Como todos los rechazos, fue un amasijo de buenas y malas causas, pero abrió una ventana de oportunidad que nos trajo hasta aquí.

De aquel trípode de condiciones, la recompuesta autoridad presidencial fue quizá el logro más personal de los Kirchner, en particular por su original amalgama de viejos y nuevos materiales, aunque su arquitectura recordara parcialmente a otras experiencias peronistas previas. Como sabemos, Menem fue capaz de improvisar una efectiva construcción simbólica en torno a los motivos de un pensamiento neoliberal y una más limitada semántica de la reconciliación histórica, tanto con referencia a los viejos antagonismos entre peronistas y antiperonistas como en los más trágicos y recientes entre civiles y militares. Esa construcción fue un tejido de intereses, de visiones y proyectos de actores socioeconómicos y políticos, pero también un espacio de articulación de cuadros intelectuales y expertos –muchos de ellos “importados” desde fuera del campo peronista- que le proveyeron un sólido soporte de gestión a lo largo de una década. Más allá de idiosincrasias, personalidades o temperamentos, Kirchner quitó de cuajo esas incrustaciones y reconfiguró un discurso –una aleación de textos, memorias, prácticas y actores- que recogía antiguos y renovados trazos del pensamiento nacional y popular, “forjista” y estatista, junto a una fuerte elaboración en torno a la lucha por los derechos humanos según la versión vindicatoria de la izquierda militante. Claro que a diferencia de Menem, y en una sintonía más cercana a lo que fue la antigua “cafieradora”, el discurso kirchnerista pudo hilvanarse con tropa propia, apelando a preciosos recursos del más puro imaginario del peronismo setentista, aunque enriquecido por el aporte de una significativa masa disponible de intelectuales migrantes de otras experiencias, compañeros de rutas convergentes, fugitivos de similares derrotas.

En la esperpéntica simplificación de estos apuntes, a esa mixtura de textualidades, actores y políticas (ya sea económicas o laborales, de amistades externas o de DDHH), bien le cabe el mote de “kirchnerismo”. Es este kirchnerismo, sobre todo, el que fue plataforma de lanzamiento de la frustrada experiencia transversal o de la concertación plural. Es este kirchnerismo, también, el que desde hacía rato deambulaba a ciegas por su andarivel socioeconómico, tanto por su incapacidad para desarrollar una sustentable estrategia inversora en condiciones de competencia globalizada, como por sus dificultades para remontar la cuesta de un crecimiento redistribuidor.

Pero la recompuesta autoridad presidencial que los Kirchner supieron conseguir también se nutrió de afluentes algo más tradicionales y bastante menos presentables. Esos añejos materiales son los de un estilo de conducción personalista, vertical y hegemónico, que utiliza todos los recursos disponibles –legales y paralegales- para concentrar el poder en un sistema de decisiones piramidal, excluyente desde el punto de vista político, e irrecuperablemente ineficaz para una gestión pública moderna. Se trata de un esquema que no reconoce límites, más allá de las fronteras fácticas de su propio uso, y que tampoco respeta controles republicanos, ni autonomías de la justicia o de la prensa; un oscuro dispositivo que entrevera los aportes de campaña, el tráfico de influencias y el capitalismo de amigos con la intervención del INDEC o la subordinación del Consejo de la Magistratura. Este sistema, que se unió a lo peor del peronismo bonaerense en su insaciable deseo de perpetuación, es lo que bien valdría la pena llamar el “kirchneriato”

Porque los unen vínculos sutiles, que sus propios protagonistas no han tenido hasta el momento la voluntad de desglosar ni desmentir, a estas horas se habla indistinta y profusamente de la “derrota del gobierno” o de la “derrota del kirchnerismo”, pero me temo que se esté mezclando más de lo que habría que mezclar. Así, mientras el “kirchneriato” no tiene nada que valga la pena ser rescatado para los tiempos por venir, y su efectivo desguace es una tarea central de la próxima agenda legislativa, el “kirchnerismo” encarna una visión poderosa que anima a buena parte de la dirigencia política, social e intelectual de la Argentina contemporánea; una visión que quizá pronto empiece a buscar nuevas y más justas palabras para ser nombrada.

Nada cuesta reconocer que descreo de las virtudes del paradigma kirchnerista como respuesta a los principales retos de nuestro desarrollo socioeconómico o político-institucional, pero creo también que es un proyecto con el que es imprescindible debatir. En lo inmediato, y frente a los graves desafíos que tenemos por delante, pensarse como una entidad simbólica y política que vaya más allá del estrechísimo círculo que rodea a la pareja presidencial, podría dotar al oficialismo de una racionalidad colectiva superadora del capricho momentáneo de un líder obnubilado. Pero a mediano plazo, difícilmente pueda concebirse la construcción de una Argentina más justa sin algunas de las textualidades, las energías y los actores que el “kirchnerismo” supo convocar. En esa elaboración, además, algunos motivos de su pensamiento –junto a tradiciones liberales o socialdemócratas- son una pata necesaria para el despliegue de un campo de tensiones político-intelectuales que sirvan de marco a las orientaciones estratégicas de nuestras políticas públicas.

Desafortunadamente, y lejos de estas necesidades, los primeros mensajes del matrimonio gobernante luego de la catástrofe no han sido particularmente auspiciosos, aunque habrá que dejar correr algunos días para evaluar hacia dónde apuntan sus decisiones de fondo. Mientras tanto, un país político ya se ha puesto en marcha con destino al 2011. Demasiado parecido al que hemos tenido durante largos y delegativos años, es un país de candidaturas oportunistas, de personalismos acomodaticios, de improvisados rejuntes, que tienen por única guía la inconstante veleta de los vientos de turno o la profunda coincidencia marquetinera en un spot televisivo.

Frente a ello se abre la oportunidad de construir un país diferente. Un país de proyectos en discusión, un país de debates sobre ideas, horizontes y estrategias. Ciertamente, podrá esgrimirse que el elenco gobernante parece no estar “escuchando” a la sociedad, pero también deberíamos enderezar hacia nosotros mismos una interpelación similar, acerca de nuestra dudosa capacidad para prestarle al “otro” su merecida escucha. En este sentido, reconocer al otro no significa identificarlo como mero obstáculo, como se aprecia una roca en la mitad de un río; reconocer al otro es estar dispuesto a dialogar con él para construir una comunidad posible que nos involucre como miembros plenos. A lo largo de muchas décadas la Argentina fue una sociedad donde los actores fueron incapaces de reconocerse y de aceptar mínimas reglas de juego para dirimir su conflictualidad social y política. Desde hace un cuarto de siglo ese paradigma del no reconocimiento se ha trasladado a las orientaciones de políticas, y sus penosos resultados están a la vista de cualquiera que quiera mirarlos de frente.

De aquí en más, a algunos nos tocará la tarea de no meter en la misma bolsa al “kirchneriato” con el “kirchnerismo”, y alejarnos de la tentación de aprovechar la coyuntura de su derrota electoral para ningunearlo como proyecto. Pero del otro lado del mostrador habrá que entender también que los que votaron por propuestas diferentes al oficialismo no son torpes marionetas del “complejo agromediático”, ni tontos útiles al servicio del “bloque agrario”, ni fueron arrastrados al cuarto oscuro por una “aversión irracional” al gobierno de CFK.

La paradoja de la semana es que, para salvar lo que hay de rescatable en el “kirchnerismo”, sus propios seguidores deben comenzar por abandonar el “kirchneriato”.

La Plata, 1 de julio de 2009.

Más material del autor

Acceda a libros y artículos académicos en:
http://www.antoniocamou.com.ar/