PELUSÓN OF MILK

jueves, 9 de febrero de 2012

Para Anabella: “Si a tu corazón yo llego igual / todo siempre se podrá elegir”.

Me entero por la tele que acaba de morir el flaco Spinetta. Los noticieros hilvanan comentarios inconexos y frases de circunstancia con fotos de sus discos y fragmentos de recitales. Me detengo especialmente en una versión de “Muchacha” (creo que en el cierre del recital de Vélez), cantada por los cuatro de Almendra, veteranos y geniales, fundiéndose al final en un abrazo; y también me alucina una hermosa interpretación suya –que no conocía- de “Filosofía barata y zapatos de goma”.

Todavía medio aturdido por el golpe busco un prehistórico cassette SMAT SD C-90 arrumbado por ahí; es una grabación casera, monoaural, que debe hacer un siglo que no suena: de un lado los Beatles, del otro Pescado Rabioso. Los temas se oyen como grabados en un sótano y través de una densa niebla, en sordina, pero los vuelvo a escuchar como los escuchaba hace más de treinta años: “Post-crucificción”, “Nena Boba”, “Blues de Cris”, “Me gusta ese tajo”, “Credulidad”.

Por algún motivo que tardé un rato en comprender no busqué ningún CD, fui directo a hurgar en esos trastos viejos. El zumbido de la cinta me obliga a adivinar las letras, pero el recuerdo no tiene problemas en volver a escribirlas allí donde florecieron alguna vez: “Y en esta quietud que ronda a mi muerte / Yo tengo presagios de lo que vendrá”. Junto con un puñado de imágenes, unos pocos perfumes o algún recóndito sabor, estos cassettes son la llave que abre las compuertas del pasado: “Atado a mi destino / Sus ojos al final olvidaré”. Si por algún procedimiento técnico pudieran reconstituirse las distintas capas geológicas de grabaciones, desgrabaciones y regrabaciones que hay en cada segmento, podría desatarse el carretel completo de una vida: “Ya despiértate nena y sube al lago al fin / Y así verás lo bueno y dulce que es amar”. Tal vez la misma magia permitirá algún día mirar el otro lado de los cortes, el revés de las interrupciones, la fatal recaída de cada recomienzo: “Abrázame madre del dolor / Nunca estuve tan lejos de mi cuerpo / Abrázame que de la vida / Yo ya estoy repuesto”.

Pero el hilo del pasado se estira hacia atrás, hacia el fondo de los tiempos, a los lejanos días de la infancia en una imagen que es menos que una evocación, una figura fugaz que se deshace en las palabras que quieren nombrarla: apenas un día luminoso de un verano cualquiera, en el jardín de la casa de la abuela Fausta y del abuelo Pepo, allá en Necochea, y mis primos mayores hablando de música y diciendo Almendra. No mucho más que eso; un nombre revoloteando en el aire blanco de la niñez con el aroma de la vida por venir, y yo girando alrededor y dando vueltas, agua, sol y pan, toco mi sombra jugando con nada, barco de papel sin alta mar.

La grabación sigue andando pero después de un silencio deja paso a un tema en inglés que no logro descifrar ni por autor ni por título; y después vienen unas melosas versiones instrumentales, tipo Frank Pourcel o Fausto Papetti, de “Feelings”, “Si tu no has de volver” y “Con”. La infame mezcolanza no tiene ningún misterio si se le presta debida atención al mensaje cincelado en la carcasa: una marca identifica la música como utilitario material de asalto (L para “lentos” y M para “movidos”). Luego otro caótico salto sin aviso y los parlantes me instruyen acerca de los caracteres de la ciencia, extractados del reconocible best-seller de Mario Bunge: “saber autónomo, objetivo, universal, revisable”. El texto delata su origen en alguna clase del Curso de Ingreso para Derecho (febrero-marzo del '79) o ya del primer año de la Facultad. Pero todavía falta lo peor. Comienza a sonar de fondo “Canción para mi muerte” y en un improvisado Karaoke mi voz se superpone con su espantoso sentido del tiempo y del compás; a veces silbo, a veces canto, a veces tarareo, pero siempre desafino: “Te suplico que me avises / Si me vienes a buscar / no es porque te tenga miedo / Sólo me quiero arreglar”.

Afuera llueve y ya es de noche. Por algún lugar del cielo ha comenzado a surcar la nave del Capitán Beto, con su foto de Carlitos sobre el comando y un banderín de River Plate, rumbo al infinito. De lejos se vislumbra la dulce luz de su alma de diamante.

Hasta la vista, maestro!

La Plata, 8 de febrero de 2012

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