CONSTITUYENTES

miércoles, 12 de septiembre de 2012


Por Antonio Camou

Hay que reconocerle a Ernesto Laclau, entre otras virtudes intelectuales, un envidiable sentido de la anticipación. Mientras distintas organizaciones sociales lanzaron el “Movimiento para una Nueva Constitución Emancipadora y un Nuevo Estado” entre los meses de abril y junio, y los miembros del espacio Carta Abierta todavía no han terminado de sumarse a la cruzada re-reeleccionaria, el autor de La razón populista les ganó de mano a todos y a todas. En una entrevista concedida al diario La Nación allá por los primeros días de enero (8/01/2012) abogó sin medias tintas por el cambio constitucional, consagrando a Cristina Fernández de Kirchner, si bien no eterna, al menos perpetua.

Es cierto –podrá alegarse- que a nuestro filósofo lo aventajaron clamores eternizantes  de ciertos parlamentarios ultra-kirchneristas. Pero las intervenciones de estos legisladores no suelen estar contaminadas por ideas propias, reflexiones críticas o datos fidedignos, por lo cual no sintonizan bien con las necesidades de un debate público medianamente decoroso. En Laclau por el contrario, y como podía esperarse, se encuentra una línea argumental digna de atención. En ella se articulan un objetivo de construcción hegemónica de mediano o largo plazo, una estrategia político-institucional de ejercicio del poder y una táctica de coyuntura. Vale la pena detenerse en su análisis.

La táctica inmediata es clara y se dice fácil: “profundizar la senda”. Sin entrar en detalles, la bitácora de vuelo que ha seguido el oficialismo –desde la modificación de la carta orgánica del Banco Central hasta la expropiación de YPF, pasando por el “blindaje” a un vicepresidente sospechado de gruesos actos de corrupción- sigue al pie de la letra un derrotero inequívoco. Ahora también sabemos que ese dispositivo profundizador (“vamos por todo”) se complementará con diversas iniciativas de modificación de la normativa electoral vigente (“vamos con todos”).

El objetivo, por su parte, es revelador de la opinión de ciertos segmentos ilustrados del aglomerado en el poder. Dice Laclau: “Un proyecto de cambio necesariamente tiene que modificar el aparato institucional. Las instituciones no son neutrales. Son una cristalización de la relación de fuerzas entre los grupos. Por consiguiente, cada cambio histórico en el que empiezan a participar nuevas fuerzas debe modificar el cuadro institucional de manera que asegure la hegemonía más amplia de los sectores populares”. Casi con las mismas palabras, aunque en un tono algo más radicalizado y con música de cierto prólogo marxiano, repitió estas ideas en una nota reciente en el diario Tiempo Argentino (29/08/2012): “cuando nuevas fuerzas sociales irrumpen en la arena histórica, habrán necesariamente de chocar con el orden institucional vigente que, más pronto o más tarde, deberá ser drásticamente transformado. Esta transformación es inherente a todo proyecto de cambio profundo de la sociedad” (las cursivas son mías). Es una lástima que los pensadores K, el multimedios oficial o el bonapartismo de cadena nacional no se hayan detenido a explicarnos con mayor detalle por qué es necesario cambiar una Constitución que en algunos de sus puntos fundamentales todavía no ha empezado a cumplirse y cuyo texto no requiere ser alterado en una coma para enfrentar los graves problemas que el país padece en la actualidad: persistencia de la pobreza y la desigualdad social, inseguridad, corrupción, baja calidad educativa, inflación, caída de la inversión, etc. Tampoco nos han revelado qué limitaciones concretas encontraron algunas buenas iniciativas gubernamentales (el matrimonio igualitario, por ejemplo) en un plexo jurídico que fue promovido, elaborado y avalado,  entre otros convencionales constituyentes, por Néstor Kirchner y por Cristina Fernández de Kirchner.  

En cualquier caso, a mitad de camino entre aquellas tácticas de corto alcance y el objetivo de esas drásticas transformaciones por venir se ubica una mediación político-institucional que Laclau considera imprescindible: la reelección presidencial indefinida. Ante la pregunta del periodista, “¿Reelección indefinida o con límites?”, el filósofo oficialista exclama sin titubear: “¡No! ¿Por qué tiene que haber un límite?”, y agrega tras cartón: “El juez… Zaffaroni, por ejemplo, habla de un régimen parlamentario en el cual haya un presidente ceremonial y un primer ministro sin límites a su reelección, como en Europa”.

Es obvio que el catedrático de Essex no ignora las diferencias entre un sistema presidencialista y otro parlamentarista, por lo que la mescolanza que efectúa en su respuesta no parece obedecer al descuido. Al igual que el globo de ensayo lanzado en su momento por el Juez de la Corte, la ambigüedad de Laclau embona demasiado bien con la estrategia que ha venido pergeñando el oficialismo. Lejos de promover un debate serio sobre la pertinencia, oportunidad y condiciones para un cambio constitucional –cuestión siempre abierta y saludable en cualquier democracia- el kirchnerismo comienza por degradar el objeto de la cuestión a un mero intercambio manipulatorio: Plan A, “Cristina eternizada en la presidencia”; Plan B, “si no nos dan los números, metemos el parlamentarismo para arrastrar sectores de la oposición y luego lo vaciamos desde adentro”.

Pero más allá de esos vaivenes argumentales, el autor de Hegemonía y estrategia socialista deja en claro su primera preferencia, acorde con las aspiraciones de todos los liderazgos populistas de la región: “Cuando hablo de la posibilidad de la reelección indefinida, no pienso sólo en la Argentina. Pienso en los sistemas democráticos en América latina, que son muy distintos de los europeos, donde el parlamentarismo es una respuesta al hecho de que la fuerza social de cambio se ha opuesto históricamente al autoritarismo de la realeza. En América latina, en cambio, tenemos sistemas presidencialistas fuertes y los procesos de voluntad de cambio se cristalizan alrededor de ciertas figuras, por lo que sustituirlas crea un desequilibrio político”.

Si sustituir ciertas figuras después de un tiempo razonable (o sea, favorecer la renovación de dirigentes, fortalecer las instituciones por sobre la personalización del cargo y evitar los riesgos de perpetuación autoritaria) crea “un desequilibrio político”,  ¿Acaso no crea un desbalance mucho más peligroso la “monarquización” creciente de nuestras democracias? ¿No es justamente éste una de los rostros tras el que acecha la “muerte lenta” de la institucionalidad democrática, como lo advirtiera hace ya tiempo Guillermo O’Donnell? Sería demasiado sencillo traducir en buen romance la preocupación cortoplacista que Laclau deja caer en un razonamiento cuyo ademán justificatorio pretende señalar un horizonte de largo aliento. Allí se encuentra la fisura por la que se cuela lo “no dicho” de su discurso: “si no va Cristina, no tenemos a nadie a quién poner”; “si no va Cristina, no sabemos cómo terminaría una guerra sucesoria al interior del peronismo”, etc.  

Del mismo modo, tampoco sería difícil mostrar las imposturas y contradicciones en que incurren los intelectuales oficialistas cuando barajan las cartas de crítica al poder que después reparten marcadas a su favor. Si las repúblicas democráticas contemporáneas han aprendido -en buena hora- a establecer límites a todo tipo de poder, ya sea éste militar, económico o mediático (algo que un kirchnerista de hueso colorado debe reconocer de entrada), el equilibrio entre gobierno y ciudadanía también requiere que se le impongan límites al poder político. Como en el presidencialismo no es posible establecer demarcaciones en el mismo “espacio” institucional (no puede haber dos presidentes juntos compitiendo por quién hace mejor las cosas), la única posibilidad es establecer una limitación en el tiempo. Por tales razones, la prohibición re-reeleccionaria (e incluso reeleccionaria), junto con una amplia gama de controles y mecanismos permanentes de rendición de cuentas (que en nuestro caso los gobiernos K se han encargado de desactivar), son principios vitales defendidos por las constituciones de los países desarrollados y respetados por la gran mayoría de los países latinoamericanos. A fin de cuentas, la idea de que ciertos límites institucionales han de ser respetados por el poder político constituye una línea demarcatoria que separa las visiones democrático-populistas de variada laya de las perspectivas democrático-republicanas consagradas por nuestra Carta Magna.  

Pero las intervenciones de Laclau no son interesantes por el aporte de argumentos originales a pretensiones continuistas tan viejas como el caudillismo, sino porque contribuyen a develar de manera más llana una lógica de poder que la gongorina prosa de otros intelectuales cercanos al gobierno prefieren ocultar bajo espesuras metafóricas o apelaciones grandilocuentes al decurso de la historia. En un juego de complicidades y contrapuntos con el más pedestre reclamo re-reeleccionario del kirchnerismo “pragmático” (en el que se mezclan la necesidad de supervivencia en el poder, las lealtades fiscales, las convicciones presupuestarias, el apetito voraz de los aparatos territoriales o los meros negocios), el kirchnerismo “doctrinario” parece razonar (o hacernos creer que razona) en términos de altos fines transformadores a los que hay que llegar por medio del dispositivo re-reeleccionista. En los próximos meses, el modo en que se integren, yuxtapongan, amontonen o malentiendan estos diferentes sectores que se aglutinan en el oficialismo definirá buena parte del destino del proyecto de reforma constitucional.

Claro que la otra parte de la historia se jugará desde la vereda de enfrente. El intento de perpetuarse en el poder del kirchnerismo le ofrece al desperdigado espectro opositor una oportunidad de converger en una posición común, sin perder sus diferencias de cara a los comicios legislativos del año próximo pero también sin olvidar las lecciones de la catastrófica derrota del año pasado. En virtud de esa amarga experiencia no debería aceptarse ligeramente la idea según la cual la pretensión re-reeleccionaria le “da una bandera” a la oposición o le insufla una “épica” de la que carecía hasta ahora. En el mejor de los casos es una condición necesaria, pero no suficiente, puesto que ninguna ocasión en sí misma reemplaza la siempre difícil y necesaria tarea de producción simbólica y material de la política.

En este sentido, la senda trazada desde hace meses por el que tal vez sea el pensador preferido de la Casa Rosada brinda también un espejo útil donde mirarse. Un aparato de poder que dispone de cuantiosos e incontrolados recursos, de voluntades raramente corregidas por el escrúpulo y de notorias astucias, solamente puede ser enfrentado desde una amplia coalición político-intelectual, que trascienda el coto cerrado del “antikirchnerismo”, y que promueva un consenso mínimo en torno a objetivos, estrategias y tácticas orientadas a frenar la ofensiva oficialista. El desafío no sólo residirá en movilizar a los convencidos, sino en sumar a los indecisos, e incluso a fracciones de los que marchan por la otra orilla. Nadie debería empezar creyendo que se trata de una tarea fácil, guiada por almas bellas. 

La Plata, 6 de septiembre de 2012
Publicado en la página del Club Político Argentino: www.clubpoliticoargentino.org (10/09/2012)

¿EL REGRESO DEL PRINOSAURIO?

sábado, 8 de septiembre de 2012




Por Antonio Camou

El triunfo de Enrique Peña Nieto en las elecciones del pasado 1ero de julio ha vuelto a ubicar al Partido Revolucionario Institucional (PRI) en la cúspide del sistema político mexicano. En una jornada sin graves incidentes y con la participación electoral más alta de la historia del país (62% del padrón), el ex gobernador del estado de México alcanzó el 38,21% de los sufragios, y eso le alcanzó para derrotar al candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Andrés Manuel López Obrador, que obtuvo el 31,59%, y a la oficialista Josefina Vázquez Mota del Partido Acción Nacional (PAN), que logró mantener un decoroso 25,41% después de dos poco afortunadas presidencias “panistas”. Aunque están pendientes de resolución una serie de impugnaciones cruzadas, se ve difícil que el Tribunal Electoral cambie en los estrados lo que el viejo partido “tricolor” ganó en las urnas.

Creado en 1929 por el presidente Plutarco Elías Calles como Partido Nacional Revolucionario, y bautizado con su nombre actual hacia 1946, el PRI se mantuvo en el gobierno federal durante 71 años seguidos, para regresar al poder después de dos sexenios consecutivos fuera de la Presidencia de la Nación. Si bien el desarrollo de la campaña, el proceso electoral y el detalle de los resultados ofrecen mucha tela para cortar, tal vez la pregunta más acuciante hoy toma la siguiente forma: ¿Estamos asistiendo a la restauración del viejo sistema político mexicano? Y aunque la cuestión no tiene hoy una clara respuesta, tal vez podamos acercar algunas conjeturas si prestamos atención al camino que nos trajo hasta aquí.

Allá por los primeros años de la década del noventa era costumbre en México, entre los múltiples críticos del partido gobernante, llamarlo despectivamente el “prinosaurio”. Se vivían entonces los tiempos de la “transición democrática” y era común mirar el caso mexicano en el espejo de los cambios de régimen político acontecidos en el sur de Europa, tomar como modelo el hundimiento de las dictaduras militares de América Latina, o incluso compararlo con la debacle de los “socialismos reales” en los países de Europa del Este. Pero la metáfora paleontológica y el espejo analítico deformaban la visión en un punto fundamental. A diferencia de las huestes cívico-militares de Salazar, Videla o Ceausescu, el PRI no era un animal político en extinción ni un adversario “inaceptable” en el nuevo orden democrático por venir. Era, para utilizar la clasificación de Sartori, un partido “hegemónico”, y no podía darse por liquidada su capacidad para adaptarse a un sistema de competencia plural que podía llegar a tenerlo como un actor relevante. Al fin y al cabo, el PRI había tejido durante décadas un paradigma de gobernabilidad que permitió pacificar el país después de la marea revolucionaria de principios del siglo XX, empujar la economía por la senda del “desarrollo estabilizador”, y evitar que la sociedad mexicana se desangrara en los pendulares quiebres autoritarios padecidos por la mayoría de los países latinoamericanos; en ese vasto itinerario había mostrado una notable habilidad camaleónica –mezclada con variadas dosis de violencia, cooptación y corrupción- para sobrevivir en la jungla del poder.

Pero esa capacidad de adaptación comenzó a revelar fisuras cada vez más serias que abrirían paso a la progresiva democratización del país. Aunque no es fácil definir con precisión cuándo comenzó la “transición” que culminó desalojando al PRI del poder, conviene recordar algunos hitos clave de ese derrotero. En principio, varios observadores marcan como lejano punto de largada las protestas del movimiento estudiantil que terminaría siendo cruelmente masacrado en la Plaza de Tlatelolco, la noche del 2 de octubre de 1968. Con aquella sangrienta matanza, el “ogro filantrópico” mostró su cara represiva más brutal,  a  la vez que generó un severo quiebre entre las clases medias ilustradas y el partido de gobierno. Para otros se inició con la Reforma Electoral de 1977, en respuesta a la agitación armada y campesina que asolaba a los estados más pobres del país, aunada a un inquietante vacío de legitimidad: en la elección presidencial de 1976 no se presentó ningún candidato opositor a la contienda, que fue ganada por José López Portillo (1976-1982).

Sin descartar estos antecedentes, muchos prefieren resaltar la escisión –a fines de 1987- de la “Corriente Democrática” del partido “casi único”, encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, como el inicio de marcha democratizadora. Esa ruptura había comenzado a incubarse en respuesta al giro neoliberal conducido por Miguel de la Madrid (1982-1988), cuando la vieja “familia revolucionaria” empezó a dividir aguas entre quienes se mantenían fieles a la herencia del nacionalismo popular y quienes defendían la modernización globalizadora de la economía, propiciando una alianza más estrecha con los Estados Unidos. Esa conflictiva “disputa por la Nación”, como la llamó un libro de época, haría eclosión de manera definitiva al momento de definir la sucesión presidencial, y la crucial decisión de Cárdenas de abrirse del partido marcarían un punto de no retorno: su ejemplo demostraba que existía vida política fuera del aparato del PRI. Bajo las banderas del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional, en alianza con diversas corrientes de la izquierda que más tarde darían origen al PRD, el cardenismo competirá en la turbulenta elección del 6 de julio de 1988, aquella en que misteriosamente “se cayó el sistema” de cómputo y que finalmente consagraría como ganador a Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) .

Desde esa “caída” del sistema informático, una notoria metáfora anticipatoria de la caída del sistema de poder vigente durante décadas, México vivió poco más de una década de fuerte conflictividad en torno a la definición de un nuevo régimen político. Mientras tanto, en un movimiento continuo, aunque no exento de contramarchas y desbarranques,  atravesado por episodios de violencia extrema pero también por notorios esfuerzos de construcción institucional, la ola democratizadora fue creciendo desde la periferia al centro. Así, en 1989 el PRI pierde –por primera vez en la historia- la gobernación de un estado (Baja California) a manos de un candidato del PAN, y desde entonces sufrirá diversos retrocesos que lo llevarán a resignar la presidencia de la Nación a manos de otro “panista”: Vicente Fox (2000-2006). En medio, hay al menos dos fechas para recordar: la primera es el año 1994, que comienza con la insurrección zapatista en el sur del país y culmina –en una ciudad norteña- con el asesinato del candidato presidencial prísta, Luis Donaldo Colosio, apresuradamente reemplazado por Ernesto Zedillo (1994-2000); la segunda fecha es1997, cuando el PRI pierde la mayoría legislativa en el Congreso Nacional.   

Mirado sobre este telón de fondo, buena parte de los desafíos del gobierno priísta se desprenden tanto de esta historia lejana como de las cuestiones irresueltas que heredará del saliente gobierno de Felipe Calderón (2006-2012). Entre esos desafíos se destacan el agravamiento de la cuestión social, en particular por el aumento de la pobreza en la última década y media sumada a la profundización de la desigualdad; la dinamización de una economía que si bien opera en crecimiento lo hace por debajo de su potencial (en este punto la apertura al capital privado de la petrolera estatal –PEMEX- será un punto central de la agenda pública); y finalmente –aunque no en último lugar- la atención al problemática del narcotráfico que en el último sexenio se cobró la friolera de entre 50.000 a 80.000 muertes, según las fuentes que se consulten.

En el camino, no son pocos los priístas de viejo cuño que volverán “por todo”, buscando reeditar los antiguos modos autoritarios de ejercicio de gobierno. Frente a ellos encontraremos también a una nueva generación que aprendió la lección de la derrota de los últimos sexenios y apuesta –por convicción u oportunismo- a la necesidad de modernizar democráticamente al “tricolor”. Habrá que prestar especial atención a esta contienda al interior del partido de gobierno para entender una parte importante de la dinámica política por venir. Y si los “modernizadores” no la tendrán fácil, tampoco será sencilla la vida de los “restauracionistas”. En primer lugar, porque el PRI dispondrá de un poder político mucho más distribuido que en el pasado: con una votación legislativa 6% inferior a la presidencial, el PRI totalizó el 31.93% de los sufragios en la Cámara de Diputados y el 31,25%  en el Senado, y estará obligado a tejer acuerdos con diferentes sectores de la oposición para impulsar sus iniciativas. En segundo lugar, el Estado mexicano –con sus rémoras, ineficiencias, corruptelas y opacidades- ha generado en los últimos años algunos espacios de una institucionalidad renovada, más transparente, capacitada y autónoma (el caso más emblemático es el Instituto Federal Electoral, pero no es el único) que será muy difícil subordinar a las pretensiones del Ejecutivo. Y finalmente, el PRI se encontrará con una sociedad civil bastante distinta a la que dejó hace más de una década atrás: más informada, mejor organizada y más dispuesta a movilizarse -aún con sus debilidades- en pos de sus derechos.

“Somos una nueva generación. No hay regreso al pasado”, dijo el hombre que –con 45 años- asumirá en diciembre la presidencia de México. Habrá que ver para creer.


La Plata, 15 de agosto de 2012

Publicado en Espacios políticos, Año 13, Nro. 8 (edición impresa), Septiembre 2012. Disponible en http://www.espaciospoliticos.com.ar/

¿NACIONALISTAS DE OPERETA?




Por Antonio Camou (en coautoría)

Ante la reciente decisión del gobierno nacional de intervenir y expropiar a la empresa REPSOL me ha parecido oportuno traer a colación las reflexiones de un destacado político argentino, quien a mediados de los años cincuenta del siglo pasado pensaba lo siguiente sobre la cuestión petrolera:

La historia del petróleo argentino es simple. Se descubre en Comodoro Rivadavia (Chubut) a principios de este siglo, mientras se hacían perforaciones en busca de agua potable. Sin ninguna legislación en la materia y en la mayor imprevisión gubernativa comienza su exploración libre. Llegan al país numerosas compañías extranjeras que comienzan las explotaciones, obtienen concesiones y se dedican a la prospección y cateo. Cuando la explotación está en pleno desarrollo, en medio de la mayor liberalidad se produce en el país una reacción política contra las compañías particulares. El resultado de esta compañía es la Ley de petróleos que instaura la explotación a base de un monopolio del Estado. Así, a la amplia libertad sucede la limitación absoluta.

El resultado de esa política está la vista: en cuarenta años Yacimientos Petrolíferos Fiscales ha alcanzado a producir sólo el 40% de las necesidades nacionales en petróleo.

En números redondos, la necesidad actual por año es de 9.000.000 de metros cúbicos, de los cuales YPF produce 4.000.000 y el país importa 5.000.000 de metros cúbicos.

Que el (actual gobierno) quiera sacar petróleo nos parece bien, ahora que pueda, nos parece ya más difícil. Precisamente dicen que el infierno está empedrado de buenas intenciones. Por eso también un gobernante puede ser cualquier cosa, menos tonto.

De acuerdo con el ritmo de crecimiento de la necesidad argentina de hidrocarburos, debe considerarse que su volumen se duplica cada cinco años. Es decir, que actualmente se consumen 9 millones de metros cúbicos; en 1960 se consumirían 18 millones y en 1965, 36 millones.

Yacimientos Petrolíferos Fiscales, que en 40 años sólo ha alcanzado a producir 4 millones de metros cúbicos al año, ¿Podrá en 10 años alcanzar a producir 36 millones de metros cúbicos por año? Este es el interrogante a contestar antes de hacer cálculos alegres.

Yo creo que YPF no tiene capacidad organizativa ni capacidad técnica, ni capacidad financiera para un esfuerzo de esa naturaleza.
           
Los sistemas empleados en la Argentina distan mucho de los modos de exploración, prospección, cateo y explotación racional de los yacimientos modernos. Es menester reconocer que no estamos en condiciones de explotar convenientemente los pozos de grandes profundidades que se terminan de descubrir en Salta. Como tampoco de encarar la explotación en gran escala sin crear una organización eficiente y económica. Los costos de producción de YPF son absolutamente antieconómicos. Hacer de esto una cuestión de amor propio es peligroso y es estúpido.

Si la capacidad organizativa y técnica de los Yacimientos Petrolíferos Fiscales son insuficientes, la capacidad financiera es tan limitada, para encarar la producción en gran escala, que podemos afirmar "a priori" su absoluta impotencia. Descartando la posibilidad de la provisión de materiales y maquinaria (solo hipotéticamente, porque sabemos que no es así), ni el Estado Argentino está en condiciones de un esfuerzo financiero semejante.

Una cosa es leer un informe de los contadores que nada saben de petróleo ni de su explotación y otra enfrentar y resolver los problemas emergentes de la realidad argentina. Sostener hoy que la Argentina sola puede realizar el esfuerzo, es simplemente sostener un soberano disparate.

Si ha de resolverse el problema energético argentino por el único camino posible, el del petróleo, es necesario contratar su extracción por compañías capacitadas por su organización, por su técnica, por sus posibilidades financieras, por la disponibilidad de maquinarias, etc. De lo contrario, será necesario detener el ritmo de crecimiento del país para subordinarlo a las posibilidades de combustible, es decir, atar los caballos detrás del carro.

Estos "nacionalistas de opereta" han hecho tanto mal al país con sus estupideces como los colonialistas con su viveza. Unos negativos y otros excesivamente positivistas, representan dos flagelos para la economía del país.

No he hecho ninguna trampa. He tomado párrafos seleccionados en forma sucesiva de un conocido libro. Le sugiero al insomne lector o la curiosa lectora que indaguen en otros párrafos que omití, referidos a la necesidad de una alianza estratégica con el capital extranjero, como condición necesaria para lograr el ansiado autoabastecimiento petrolero. La única alteración fue incluir entre paréntesis la referencia al “actual gobierno” en lugar del nombre del general que en ese entonces ejercía -de facto- la primera magistratura del país. La referencia a “los contadores que nada saben de petróleo” me pareció un tanto ofensiva hacia la persona del Viceministro de Economía, pero no me atreví a quitarla. Tal vez debí reemplazar “Salta” por “Vaca Muerta” o por “plataforma continental submarina”, pero tampoco quise excederme. El hallazgo del título me exime de mayores comentarios.

La debida aclaración: todos los textos fueron extraídos del capítulo IV de un libro publicado en Montevideo en 1958. El título: La fuerza es el derecho de las bestias. El autor: un tal Juan Domingo Perón.


La Plata, 20 de abril de 2012

Publicado en la página del Club Político Argentino: www.clubpoliticoargentino.org (20/04/2012).

GURRUMINES




Por Antonio Camou

Podrá decirse que es una nota de color, un dato ingenuo, una historia mínima. Pero entre el fárrago de imágenes discordantes, donde el análisis crítico se mezcla con la arenga inflamada, la argumentación serena con el ampuloso ademán de enfrentamiento,  la triste recordación con la jornada de turismo, cierta crónica periodística nos acerca una novedad digna de reflexión. La información señala que en Malvinas se ha puesto en marcha un estricto programa para la enseñanza “obligatoria” del castellano para chiquitos de tres años de edad en adelante. Si bien es verdad que en el pasado -explica el maestro malvinero Tom Hill- se dictaron cursos aislados de español en la primaria, "es la primera vez que se enseña de una manera completa, a largo plazo y que se va a enseñar con profundidad" (Clarín, María Arce, 16/02/2012).

La decisión tomada por los isleños, en el marco de directivas emanadas de la autoridad educativa británica, guarda más de un mensaje en la botella para quien quiera leerlo con buenos ojos. Por un lado, es una apuesta de largo plazo por la educación, el entendimiento y la integración, ya que nuestra vecindad iberoamericana es para los malvinenses un destino ineludible. Pero también envuelve una lección que evidencia modos diferenciados de pensar y de poner en marcha esas siempre tercas “efectividades conducentes”. Donde nosotros enarbolamos un discurso ellos prefieren ensayar una práctica; donde nosotros dibujamos en el aire un magno proyecto ellos optan por el tanteo acotado de una experiencia; donde nosotros desplegamos pomposamente un gesto, ellos ponen en marcha un mecanismo, un dispositivo concreto que enlaza causas con efectos, esfuerzos sostenidos con resultados. No nos vendría nada mal anotar el detalle.

Visto en perspectiva, la enseñanza sistemática de nuestra lengua abrirá nuevas y prometedoras puertas allí donde el recelo, el hostigamiento y el recuerdo trágico de la guerra han colocado pesados cerrojos que traban formas más imaginativas y provechosas de procesar el conflicto. De aquí en más esperaremos que el tiempo vaya haciendo su lento trabajo de zapa, pero habrá que ayudarlo con la guía de una activa política cooperativa y de una construcción intelectual orientada a forjar un horizonte de comprensión que trascienda el molde estrecho del reclamo territorialista. En ese difícil y escarpado sendero hay espejos donde recabar algunas experiencias de audacia estratégica y de continuidad institucional: a sólo cinco años de la más espantosa devastación de la historia, franceses y alemanes se sentaron a una mesa para reconstruir su futuro bajo el paraguas de la unidad europea. Que la iniciativa haya sido lanzada por un hombre que por razones familiares hablaba a la perfección ambas lenguas -y estaba empapado de las dos culturas- es otro elemento que tampoco convendría desestimar.

Mientras tanto, para una fresca generación de pequeños malvinenses ha comenzado a abrirse la mejor tranquera que los argentinos podemos ofrecer para quien quiera entrar a conocernos: la de nuestra cultura, la de nuestros poetas y la de nuestra música. No será fácil al principio, pero con algún esfuerzo tal vez estos chicos descubran que antes de lanzarse a bailar el rock vale la pena probar suerte con “El Twist del Mono Liso”, de María Elena Walsh. Y quizá un día no muy lejano a un enamoradizo adolescente malvinero se le revele la belleza de “Muchacha (ojos de papel)” o de “Rasguña las piedras”, como a cualquiera de nosotros, allá lejos y hace tiempo, nos sucedió con los Beatles o Queen, con Stevenson o Chesterton. Y más adelante, si el estudio lo permite y las ganas los empujan, podrán leer a Borges, a Cortázar, a Bioy, a Silvina Ocampo, a Saer, a Puig, y muchos más. El universo de posibilidades se ensanchará hasta doblar el codo del infinito.

Descubrirán así que hay muchos modos de ser argentino (como de ser inglés, estadounidense, mexicano, alemán o canadiense), que hay maneras plurales de ver la vida, la política o la cultura, y que nuestros Padres Fundadores nos legaron un tesoro que guardar y engrandecer: el de “asegurar los beneficios de la libertad” para nosotros, para nuestra posteridad, y para todas las personas que quieran habitar nuestro suelo. 

Pero habrá que ir paso a paso y tener en claro que la palabra es una avenida de ida y vuelta que sólo madura con el diálogo. Durante su recorrido por la salita de tres años, los chiquitos recibieron a la periodista argentina con un “hola” entonado a coro, risueño y entusiasta; aunque cuando se les preguntó “¿Cómo están?”, solamente uno de los pequeños se animó a contestar con un lacónico “bien”. Un poco por timidez y otro tanto porque el vocabulario no anda sobrando el intercambio no pudo profundizarse todavía. Pero ese puñado de maestros británicos que han comenzado a enseñar el castellano desde temprana edad a los pibitos de la "Stanley Infant and Junior School" están sembrando una promisoria semilla de futuro.

Cuando estos gurrumines de hoy se conviertan en los isleños adultos de mañana podrán decirnos con todas las letras, y en nuestro propio idioma, todo aquello que piensen, sientan y quieran.

La cuestión es saber si para entonces estaremos dispuestos a escucharlos.

 

La Plata, 2 de abril de 2012

Publicado en la página del Club Político Argentino: www.clubpoliticoargentino.org (2/04/2012).

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