Por Antonio Camou
…cuando tenemos una sociedad altamente institucionalizada, las lógicas equivalenciales tienen menos terreno para operar y, como resultado, la retórica populista se convierte en una mercancía carente de toda profundidad hegemónica. En ese caso, sí, el populismo se vuelve casi sinónimo de demagogia trivial.
Ernesto Laclau, La razón populista (2005), VII, p. 238.
Ayer decidí suspender mi entretenida lectura de la obra de Ernesto Laclau para asistir a la marcha del 8N en la ciudad de La Plata.
A esta altura del partido casi no es necesario presentar a uno de los intelectuales argentinos más reconocidos en el mundo, pero no está de más trazar un mínimo perfil. Graduado inicialmente en historia por la Universidad de Buenos Aires, promediando los años ‘60 fue invitado por el mismísimo Eric Hobsbawm para realizar sus estudios de postgrado en Inglaterra. Las escasas perspectivas ofrecidas por el onganiato le entregaron inicialmente un motivo adicional para partir, y las convulsiones políticas posteriores le agregaron un argumento convincente para prolongar su estancia lejos del terruño; de a poco, el tiempo se fue estirando como un chicle, y terminó por construir una vida y una exitosa carrera académica del otro lado del Atlántico. Tanto por sus valiosas contribuciones analíticas como por su posición en renombradas universidades del primer mundo, Laclau ha entablado enriquecedores intercambios polémicos con las más rutilantes estrellas del pensamiento contestatario globalizado. En esos debates ha ido tejiendo una original e intrincada red conceptual para el estudio de la política contemporánea, que integra distintas líneas de pensamiento, entre las que cabe destacar el marxismo de orientación gramsciana, el psicoanálisis lacaniano y los estudios sobre el lenguaje, desde la filosofía de Wittgenstein hasta el análisis del discurso de inspiración francesa. Seguramente por esa refinada y compleja articulación teórica ha resultado tan atractivo a los ojos del kirchnerismo.
Aunque la obra de Laclau no se deja resumir fácilmente, algunas de las ilustraciones con las que matiza su sofisticado discurso son fáciles de captar. De hecho, creo que pueden ofrecer alguna guía para pensar la política después de la masiva manifestación del 8 N. Tomo el siguiente ejemplo del capítulo IV del libro que más ha encendido la imaginación del oficialismo, La Razón Populista (2005). Allí sostiene Laclau:
Pensemos en una gran masa de migrantes agrarios que se ha establecido en las villas miseria ubicadas en las afueras de una ciudad industrial en desarrollo. Surgen problemas de vivienda, y el grupo de personas afectadas pide a las autoridades locales algún tipo de solución. Aquí tenemos una demanda que, inicialmente tal vez sea sólo una petición. Si la demanda es satisfecha, allí termina el problema; pero si no lo es, la gente puede comenzar a percibir que los vecinos tienen otras demandas igualmente insatisfechas –problemas de agua, salud, educación, etcétera-. Si la situación permanece igual por un determinado tiempo, habrá una acumulación de demandas insatisfechas y una creciente incapacidad del sistema institucional para absorberlas de un modo diferencial (cada una de manera separada de las otras) y esto establece entre ellas una relación equivalencial. El resultado fácilmente podría ser, si no es interrumpido por factores externos, el surgimiento de un abismo cada vez mayor que separe el sistema institucional de la población. Aquí tendríamos, por lo tanto, la formación de una frontera interna, de una dicotomización del espectro político local a través del surgimiento de una cadena equivalencial de demandas insatisfechas. Las peticiones se van convirtiendo en reclamos. A una demanda que, satisfecha o no, permanece aislada, la denominaremos demanda democrática. A la pluralidad de demandas que, a través de su articulación equivalencial, constituyen una subjetividad social más amplia, las denominaremos demandas populares: comienzan así, en un nivel muy incipiente, a constituir al “pueblo” como actor histórico potencial.
Ante todo, los improbables lectores de estas líneas no deberían desalentarse si algunas palabras no las encuentran en el diccionario, o en ningún otro lado, ya que así se estila escribir en ciertas zonas de las ciencias sociales. Pero si se piensa, por caso, en lo que en su momento fue la Comisión de Enlace, quizá las cosas empiecen a aclararse un poco. Después de todo, la historia comenzó con una serie de reiteradas “demandas” de distintos sectores agropecuarios que el kirchnerismo fue pasmosamente incapaz de absorber “diferencialmente”, y que luego fueron conformando una “cadena equivalencial” de mínimos denominadores comunes para avanzar, de manera concertada, en la conformación de un nuevo colectivo, “el campo”, de gran potencia simbólica, material y organizativa. La clave de bóveda del proceso fue la capacidad de la dirigencia de las distintas organizaciones para posponer sus diferencias de largo plazo en pos de “enlazar” sus voluntades en torno a metas de corto y mediano término.
Claro que el ejemplo también tiene patas cortas: mientras antes se trató de un reclamo “sectorial” ahora el desafío es el de avanzar en construcciones “políticas”, capaces de ir conformando una alternativa superadora al oficialismo. La existencia de múltiples demandas populares (seguridad, inflación, calidad institucional, libertad de expresión, respeto a la justicia, etc.), que no son atendidas por el gobierno, permiten pensar en una cierta “transversalización” de contenidos mínimos a través de los diferentes espacios partidarios. Pero por supuesto, el detalle que falta es la capacidad de la política para establecer las mediaciones necesarias.
Inspirado por estas recientes y un tanto desordenadas lecturas laclausianas fue que decidí sumar mi propia pancarta a la protesta. Con letras rotundas escribí:
“Por una lógica equivalencial que, a través de la “espesura” de los hechos, nos permita (re)construir –tanto discursiva como prácticamente- una nueva subjetividad democrática, popular y republicana”.
Pero me parece que no se entendió mucho. La gente que deambulaba por Plaza Moreno me miraba con una mezcla de sorpresa y desconfianza rayana en el temor. Unos jóvenes de secundaria –próximos votantes- intentaron deletrear el mensaje pero lo abandonaron al toparse con el primer paréntesis. Y una nenita que me señalaba con el dedo, con obvia intención de acercarse, fue severamente disuadida por sus prudentes padres.
Mucha más repercusión tuvo un pequeño cartel sostenido por un jubilado que –para colmo- se estacionó a mi lado. Decía así: “Soy un ciudadano… ¿O es una sensación?”.
La Plata, 9 de noviembre de 2012. Publicado en la página del Club Político Argentino: http://www.clubpoliticoargentino.org/
0 comentarios:
Publicar un comentario