EL LABORATORIO FECUNDO

martes, 25 de agosto de 2009

La Plata será, pues, el laboratorio fecundo de experiencias…
Joaquín V. González, La Universidad Nacional de La Plata. Memoria sobre su fundación, Sección Primera (1905)

El domingo 12 de julio falleció en Buenos Aires nuestro querido amigo y colega Pedro Krotsch. Cercado desde hacía tiempo por una impiadosa enfermedad se fue a los 67 años, pero como dicen los hermanos mexicanos “le hizo la lucha” hasta el final, enfrentando esa batalla con valentía y presencia de ánimo, con humor e ironía, con esa sonrisa bien plantada de los que saben que los partidos hay que jugarlos hasta el último minuto.

Mientras tanto, continuó atendiendo sus obligaciones de gestión con la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU), y mantuvo a flote sus compromisos académicos con la Universidad de Buenos Aires (UBA), y con nuestra universidad, donde se desempeñaba como profesor e investigador del Departamento de Sociología de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, y como miembro del Comité Científico de la Especialización en Docencia Universitaria.

Dueño de una vasta y reconocida trayectoria en el campo sociológico, tanto en la Argentina como en el extranjero, Pedro será especialmente estimado por las jóvenes generaciones como un auténtico maestro, cálido y generoso, afable e ilustrado, apasionado e inspirador, en la guía de estudiantes y graduados por la senda de un pensamiento crítico y plural; será también recordado como un decidido impulsor de diversas iniciativas institucionales para el desarrollo de las ciencias sociales en el país; y será largamente leído por sus múltiples y valiosos aportes intelectuales a la sociología de la educación y a los estudios de educación superior, de los que fue un verdadero pionero en nuestro medio. Sin contar los numerosos artículos en revistas nacionales e internacionales, su participación en congresos o contribuciones en variados volúmenes, entre sus libros podemos mencionar Universidad y evaluación. Estado del debate (1994), Educación superior y reformas comparadas (2001), La Universidad Cautiva. Legados, marcas y horizontes (2002), Las Miradas de la Universidad (2003), Evaluando la evaluación: políticas universitarias, instituciones y actores en Argentina y América Latina (2007), y el más reciente, De la proliferación de títulos y el desarrollo disciplinario en las universidades argentinas (2008).

Pedro amaba y sufría al país, y a la Universidad de Buenos Aires, como solamente se puede sufrir por las cosas que se quieren tanto, pero desde hacía ya bastante tiempo había construido con la Universidad Nacional de La Plata un vínculo afectivo y académico especial. Desde la última parte de los años noventa comenzó a impartir regularmente en el joven Departamento de Sociología un Seminario-Taller sobre la problemática universitaria, dirigió tesinas de licenciatura, becarios y tesistas de postgrado, lideró varios proyectos de investigación referidos a la problemática de las políticas de evaluación en el ámbito universitario, publicó varios libros, y coordinó jornadas, seminarios y coloquios, con invitados nacionales y extranjeros.

En 1999 radicó en el Departamento un proyecto de investigación sobre las relaciones entre el Estado y la universidad que terminó siendo un verdadero programa, y en torno al cual se conformó un grupo de profesores-investigadores, graduados y estudiantes con diferente formación disciplinar, y de distintas pertenencias institucionales, pero con preocupaciones comunes: estudiar la universidad como actor y como institución compleja, como sujeto de cambios y objeto de políticas, como problema de investigación y como espacio de producción crítica de saberes y visiones. Ese programa fue una manera de entablar un diálogo crítico con todos los actores del campo universitario, bajo el supuesto de que sólo a partir de la construcción colectiva de una nueva visión sobre la universidad sería posible su transformación.

Haciendo una cuenta rápida, Pedro debía conocer todas y cada una de las universidades del país. Allí lo llevaban sus habituales peregrinajes como docente de postgrado, sus curiosidades de investigador o alguna tarea puntual de asesoría. En todos lados juntaba amigos, inspiraba investigaciones, despertaba curiosidades o entusiasmaba tesistas; en muchas de esas instituciones, además, supervisaba algún grupo de trabajo o desarrollaba actividades con cierta regularidad: de San Luis a la Patagonia Austral, de Litoral a Quilmes, de Comahue a Tandil, de Córdoba a Mar del Plata, de Tucumán a Lanús. Pero en el caso particular de La Plata, además de su compromiso académico, se sentía especialmente atraído por recuperar algo de su espíritu fundacional, y volvía una y otra vez al pensamiento de Joaquín V. González. Por ese derrotero, estimuló a varios contingentes de alumnos y alumnas a investigar en detalle la historia institucional y científica de una universidad que se había pensado diferente desde su origen. Como decía la Memoria sobre su Fundación:

“Tampoco creo que haya en el país mucho ambiente ni espacio bastante para una tercera universidad del tipo de las clásicas de Buenos Aires y Córdoba; pero precisamente, en esa convicción, pienso que una tercera Universidad de tipo moderno y experimental, que se aparte de aquellas por su organización, diferente carácter y métodos de sus estudios, sistema de gobierno interior y direcciones especiales y prácticas de sus diversas secciones, no sólo tendría cabida fácil, sino que respondería a una necesidad evidente de todas las clases sociales de la Nación, y en particular, de las que miran más a la prosperidad general, bajo su faz científica y económica”.

Esa lejana impronta científica, experimental, innovadora, comprensiblemente despertaba en Pedro jirones de recuerdos de lo que tal vez había sido la universidad argentina de los años sesenta, en la que él se había formado; y quizá también encendía destellos de sentido en favor de cierto concepto de universidad humboldtiana -ya como categoría histórica, ya como ideal regulativo-, sobre la cual su pensamiento merodeaba con frecuencia. Tal vez por esas inspiradoras resonancias Pedro decidió que uno de sus libros más queridos, La Universidad Cautiva, tuviera la siguiente dedicatoria: “a la Universidad Nacional de La Plata, cuya historia estimuló nuestras reflexiones”; y luego anotó en su Prólogo, escrito en medio de la crisis de 2001:

La Universidad Nacional de La Plata es sin duda un espacio promisorio para la investigación. Ha sido la primera universidad pensada en torno a un perfil científico en un momento en que la denominada “universidad de los abogados” constituía el modelo hegemónico… No cabe duda de que en ella permanece, bajo la forma de un mito y también de una saga, la idea de una misión que permita forjar la universidad nueva. Esperamos poder contribuir de alguna manera a la realización de este ideal, aún en tiempos en los que la desesperanza y el desasosiego impiden muchas veces extender la mirada y forjar horizontes.

Pedro se ha ido, pero no nos ha dejado solos. Nos queda su querido recuerdo, su ejemplo, sus preguntas, sus búsquedas; nos aguarda un legado que debemos asumir y continuar en plural, colectiva, críticamente; nos espera también una obra que habrá que organizar y difundir, que estudiar y discutir. Pero por sobre todas las cosas, nos deja el exigente testimonio de mantener en alto las banderas de un insobornable compromiso ético, intelectual e institucional.

No será un trabajo fácil. Pero lo haremos como a él le hubiera gustado que lo hiciéramos, y que lo recordáramos. Con alegría.

La Plata, 16 de julio de 2009. Estas líneas pertenecen a un texto mayor que próximamente será publicado en nuestra página.

FAMA

miércoles, 29 de julio de 2009
Alguna vez John Winston Lennon escandalizó a propios y extraños al decir que los Beatles “eran más famosos que Jesucristo”. Pese al revuelo que se armó, y que obligó al muchacho de Liverpool a pedir disculpas a medio mundo, hoy sabemos que Lennon, en esencia, estaba en lo cierto.

El recuerdo viene a cuento porque rastreando la letra de una canción en Internet se me ocurrió buscar en Google a “Michael Jackson”. Todavía me dura el asombro. Puesto en cifras gruesas y sin filtrar detalles, la computadora marcó en esta fría tarde de invierno 240.000.000 de registros en 0,13 segundos. Repito: doscientos cuarenta millones. En realidad son muchísimos más, porque este planeta está habitado, entre otras especies, por incontables seres humanos repletos de buenas intenciones pero con limitada gramaticalidad, entonces lo homenajean al autor de “Heal the World” bajo diferentes y muy disonantes advocaciones. Por ejemplo, algunos lo veneran como “Michael Jakson” (678.000 registros), otros lo mencionan como “Michael Jacson” (204.000), para no hablar de las 33.000 entradas que lo toman como suena y le dicen “Maichael Jackson”, o que derrapan con algunas letras y lo conocen como "Maichel Jakson" (6.950), "Michael Yakson" (2.510) o "Michael Yacson" (1.810), y tampoco faltan unos pocos que lo siguen bajo el nombre de “Maichael Jakson” (419), e incluso hay quienes lo consideran “Maichael Jacson” (315). En fin, en este incompleto recorrido (me faltaron casi todas las páginas de China, no verifiqué ninguna mención en cirílico, tampoco busqué nada en Zulú, y apenas si sobrevolé de pasada un blog checo) la cuenta me da: 240.927.004 entradas. Me cuesta imaginar a alguien más famoso en este momento.

Para tener una idea de las galácticas diferencias que separan al inventor de la caminata lunar del resto de los mortales van algunas odiosas comparaciones de muestra. Por ejemplo, Barack Obama anda por las 82.700.000 entradas y la reina consorte del pop, Madonna, casi me dio lástima: 33.000.000 de registros; en cambio Britney Spears no está nada mal: 85.200.000 referencias. Lo de Madonna hay que considerarlo un mérito porque en Internet el talento musical no está pagando mucho. Frank Sinatra se anota con 10.400.000 entradas y la diáfana voz de Babra Streisand a duras penas junta 3.300.000 registros. Para que la injusticia sea completa baste señalar que Julio Iglesias, con 3.580.000 menciones, la borró del mapa a Naná Mouskouri con 1.000.000 de entradas. Al morboso lector hay que aclararle que la trágica muerte tampoco asegura nada. Cierto que Elvis Presley brilla con 16.400.000 referencias, pero Kurt Cobain (3.870.000) o Jim Morrison (2.360.000) andan a la cola.

Por supuesto que Hollywood siempre tiene lo suyo, pero nadie vuela tan alto como el prodigioso Michael. Hay que mover mucho el avispero para alcanzar las entradas de Angelina Jolie (37.800.000) o las del carilindo Brad Pitt (24.900.000). En cambio la desdichada Jennifer Aniston, que ha sufrido tanto, encima padece una cierta anemia de registros: 17.700.000. Claro que con esos números igual le pasa el trapo a otros que la vienen remando desde hace mucho tiempo en cartelera. Por ejemplo, la flaca Julia Roberts marca 7.550.000 y ni hablar lo que ha tenido que revolcarse Harrison Ford, en la piel de Indiana Jones, para acumular 4.620.000 referencias. Bastante más atrás aparecen Dustin Hoffman (2.450.000) o el que danzaba con lobos, Kevin Costner, con 2.380.000 menciones.

El deporte globalizado me dejó un sabor agridulce. De movida, comprobé que no hay con qué darle a Tiger Woods, con 28.500.000 registros, y que el bueno de Roger Federer -con 15.600.000 menciones- lo dejó con las ganas al mallorquín Rafael Nadal (7.550.000). Pero se me vino el alma al piso cuando descubrí que un tal Pelé, con 21.000.000 de entradas, le sacaba varios cuerpos de ventaja al mejor de todos los tiempos: Diego Armando Maradona, con escasas 10.800.000 menciones. Por suerte la pulga Messi llegó justo para poner al goleador del Santos en su justo lugar; con 23.500.000 registros el pequeño astro del Barcelona salvó sobre la línea el honor nacional y lo dejó al brasilero segundo cómodo.

Hablando de orgullo vernáculo, un censo heterogéneo mezcla confirmaciones con sorpresas. Evita puntea con 19.800.000 registros, pero Borges le pisa los talones con 19.000.000, bastante por delante del Che Guevara (6.790.000), el General Perón (2.720.000), Carlitos Gardel (2.220.000) o Julio Cortázar (1.860.000). Para que no se agranden los chacarita hay que tener en cuenta que los famosos de entre casa no mojan en la aldea global: Marcelo Tinelli (391.000), Mirtha Legrand (352.000) o Adrián Suar (184.000) ni mueven el amperímetro.

En fin, ya se sabe que la web mezcla la Biblia y el calefón. Será por eso que Lennon tenía razón nomás: el pobre Jesucristo, con 5.000.000 de registros, está muy por debajo de los Beatles con 51.500.000 entradas. El problema es que también anda bien lejos de Hitler (38.000.000) o de Stalin (14.500.000).

Pero no todo está perdido en el universo cibernético. La búsqueda de “Dios” a muchos les ha devuelto la fe, y a otros, 75.600.000 referencias.

La Plata, 27 de julio de 2009.

PROFUNDIZAR LA GOBERNABILIDAD

lunes, 6 de julio de 2009
En la madrugada de la contundente derrota electoral, Néstor Kirchner señaló que la tarea de la hora era “profundizar la gobernabilidad”. Si bien un día después la presidenta se deshizo en elogios no correspondidos hacia la propuesta de “Pino” Solanas, y miró con grandes ojos avariciosos su buena cuota de diputados, se espera que la orientación efectiva del gobierno camine por senderos menos resbaladizos. Esto es, en vez de avanzar hacia el precipicio abrazados al lema “profundizar totalmente el modelo sin preocuparnos por la gobernabilidad”, sería mejor que la consigna del momento fuese algo así como “profundizar la gobernabilidad pero sin abandonar totalmente el modelo”.

La buena noticia de la semana es que la estructura de incentivos políticos alienta alguna esperanza de conformar un escenario medianamente razonable. En este sentido, podríamos decir que hay una zona de equilibrio de intereses convergentes que propicia el logro de acuerdos, aunque todavía no haya puntos claros de coincidencia. De un lado, la pareja gobernante no está dispuesta a dejar el poder, y del otro, a las diferentes oposiciones (peronismo disidente y sobre todo al pan-radicalismo) no les conviene ocuparlo. Y si bien por el momento ambos se rechazan, las dos partes de la ecuación política se necesitan para transitar el largo y escabroso camino que nos separa del 2011. En el caso del gobierno, razonablemente pretende seguir adelante pero no a cualquier precio, es decir, aceptando cualquier tipo de imposición de nombres o de políticas; en el caso de las oposiciones, requieren tiempo para organizarse, y lo que menos querrían en lo inmediato sería hacerse cargo del poder improvisadamente para efectuar el trabajo sucio de un inevitable ajuste.

Es claro que no los une el amor sino el espanto, pero un poco de unión siempre fue algo más que nada. De este modo, el gobierno requerirá apoyos en el Congreso para enfrentar un escenario socioeconómico complicado, pero la oposición necesitará que el oficialismo navegue por esta crisis sin encallar. Sería suicida para el peronismo disidente o para el “Acuerdo Cívico y Social” dinamitar la nave gubernamental, y un abrupto abandono del Ejecutivo por parte de los Kirchner sería un excelente pasaporte para ellos, y para buena parte de sus más encumbrados funcionarios, hacia un interminable desfile por los tribunales de Comodoro Py.

Ahora bien, no hay gobernabilidad sin consensos básicos entre los actores estratégicos de la sociedad: tanto de los actores político-institucionales -el Congreso, los gobernadores, los partidos y el Ejecutivo Nacional-, como de algunos actores sociales: empresarios, sindicalistas, organizaciones sociales, etc. Esos acuerdos pueden parecer hoy de difícil elaboración pero no hace mucho tiempo enfrentamos un escenario semejante, y como lo han destacado algunos analistas en estos días, la memoria de lo acontecido puede resultar aleccionadora.

En los primeros meses del 2002 el país marchaba a la deriva. Fue entonces cuando el gobierno de Duhalde logró conjugar un esquema básico de poder para encauzar la crisis. En ese esquema fueron fundamentales la convocatoria a un amplio diálogo entre actores políticos, empresariales y de la sociedad civil; la implementación de un programa social de cobertura universal; y la designación de un ministro con probada solvencia técnica, autonomía de gestión y capacidad para generar confianza en los agentes económicos internos y externos. Pero esa trama de decisiones tuvo como marco el virtual pacto de gobernabilidad que el entonces presidente interino firmó el 24 de abril de 2002 con la mayoría de los gobernadores (no lo firmaron San Luis, la Ciudad de Buenos Aires y... Santa Cruz). El texto, bautizado como el documento de los “Catorce Puntos”, no constituyó ningún parteaguas en la historia del pensamiento político occidental, pero sirvió para fijar límites y definir orientaciones políticas clave. Aunque su contenido luce hoy desactualizado en varios rubros, y en otros testimonia el éxito de ciertos eficaces lobbistas, quizá recordar su contenido puede tener todavía alguna función inspiradora. Decía así:

Respetar los acuerdos internacionales de la Nación y reafirmar la vocación de integrar la Argentina al resto del mundo. 2) Firmar en un plazo no mayor de 15 días los acuerdos bilaterales con las provincias, dando cumplimiento al Pacto Fiscal suscripto oportunamente. 3) Elevar al Congreso de la Nación, en un plazo no mayor de 90 días, el proyecto de ley consensuado de un nuevo sistema de coparticipación federal de impuestos. 4) Propiciar las políticas fiscales y monetarias que mantengan la disciplina y los equilibrios necesarios que eviten la suba descontrolada de precios y la inestabilidad cambiaria. 5) Garantizar a los ahorristas, a través de instrumentos legislativos adecuados, la previsibilidad necesaria sobre el destino de sus fondos asegurando su liquidez. 6) Garantizar las acciones que restablezcan en forma inmediata un sistema financiero sólido y confiable. 7) Instrumentar un nuevo acuerdo de responsabilidad fiscal para la administración nacional, provincial y municipal que asegure su cumplimiento mediante un sistema explícito de premios y castigos. 8) Propiciar una reforma impositiva integral moderna y simplificada que aliente y estimule la inversión de capitales e impida la evasión, la elusión y el contrabando. 9) Propiciar la inmediata sanción de la ley de Quiebras. 10) Propiciar la inmediata derogación de la ley de Subversión Económica. 11) Propiciar la repatriación de capitales argentinos destinados principalmente a proyectos productivos con demanda de mano de obra intensiva. 12) Alentar las inversiones nacionales y extranjeras dedicadas a la exportación de productos manufacturados o a la sustitución eficiente de importaciones. 13) Asegurar el cumplimiento efectivo de la reforma política acordada, asegurando la reducción de gastos políticos y burocráticos innecesarios y la modernización de las formas de selección electoral. 14) Asegurar un mecanismo de asignación de planes de empleo convirtiéndolos en empleos efectivos a través del sector productivo.

A la vista de dónde venimos, y por dónde estamos, el futuro no parece tan oscuramente malo; lo único que nos anda faltando son los catorce puntos, una extendida disposición al diálogo y la decidida voluntad de acordar...

La Plata, 5 de julio de 2009.

¿DEL KIRCHNERIATO AL KIRCHNERISMO?

miércoles, 1 de julio de 2009
Los resultados de las elecciones del 28 de junio parecen haber cerrado dos ciclos y abierto la puerta a dos países políticos.

El primer ciclo es el que comenzó con la salida de la crisis del 2001, cuando el binomio Duhalde-Lavagna empezó a enderezar el barco después del desastre, y luego fue continuado por los Kirchner. El despegue fue posible gracias a la articulación de tres factores básicos: una táctica (llamarla estrategia sería forzar un poco las cosas) de inserción competitiva en el mercado mundial, un esquema (precario pero defendible) de solvencia fiscal y una firme autoridad política con eje en la figura presidencial. Designar a este esqueleto un “modelo” ha sido una licencia poética, pero mirado desde donde veníamos alcanzó para “crecer a tasas chinas” y recuperar el empleo, sobre todo en la fase fácil de expansión basada en una alta capacidad productiva ociosa y con un contexto internacional excepcional.

El segundo ciclo, más corto, empezó como empiezan casi todos los desbarajustes de una Argentina que se cree entretenida, y es pavorosamente monótona en su decadente desorden: la debacle comenzó con el desarme de los elementales componentes del triángulo. En este caso, arrancó bastante antes del conflicto con el campo, cuando la producción empezó a tocar el techo de las capacidades instaladas y la inflación empezó a salirse de cauce; luego, los desbordes fiscales utilizados para remendar inconsistencias o sufragar la campaña de Cristina Presidente encendieron las luces amarillas, y el posterior intento de torniquete impositivo a los sectores agropecuarios chocó con la rebelión del interior y el rechazo de los grandes centros urbanos. Como todos los rechazos, fue un amasijo de buenas y malas causas, pero abrió una ventana de oportunidad que nos trajo hasta aquí.

De aquel trípode de condiciones, la recompuesta autoridad presidencial fue quizá el logro más personal de los Kirchner, en particular por su original amalgama de viejos y nuevos materiales, aunque su arquitectura recordara parcialmente a otras experiencias peronistas previas. Como sabemos, Menem fue capaz de improvisar una efectiva construcción simbólica en torno a los motivos de un pensamiento neoliberal y una más limitada semántica de la reconciliación histórica, tanto con referencia a los viejos antagonismos entre peronistas y antiperonistas como en los más trágicos y recientes entre civiles y militares. Esa construcción fue un tejido de intereses, de visiones y proyectos de actores socioeconómicos y políticos, pero también un espacio de articulación de cuadros intelectuales y expertos –muchos de ellos “importados” desde fuera del campo peronista- que le proveyeron un sólido soporte de gestión a lo largo de una década. Más allá de idiosincrasias, personalidades o temperamentos, Kirchner quitó de cuajo esas incrustaciones y reconfiguró un discurso –una aleación de textos, memorias, prácticas y actores- que recogía antiguos y renovados trazos del pensamiento nacional y popular, “forjista” y estatista, junto a una fuerte elaboración en torno a la lucha por los derechos humanos según la versión vindicatoria de la izquierda militante. Claro que a diferencia de Menem, y en una sintonía más cercana a lo que fue la antigua “cafieradora”, el discurso kirchnerista pudo hilvanarse con tropa propia, apelando a preciosos recursos del más puro imaginario del peronismo setentista, aunque enriquecido por el aporte de una significativa masa disponible de intelectuales migrantes de otras experiencias, compañeros de rutas convergentes, fugitivos de similares derrotas.

En la esperpéntica simplificación de estos apuntes, a esa mixtura de textualidades, actores y políticas (ya sea económicas o laborales, de amistades externas o de DDHH), bien le cabe el mote de “kirchnerismo”. Es este kirchnerismo, sobre todo, el que fue plataforma de lanzamiento de la frustrada experiencia transversal o de la concertación plural. Es este kirchnerismo, también, el que desde hacía rato deambulaba a ciegas por su andarivel socioeconómico, tanto por su incapacidad para desarrollar una sustentable estrategia inversora en condiciones de competencia globalizada, como por sus dificultades para remontar la cuesta de un crecimiento redistribuidor.

Pero la recompuesta autoridad presidencial que los Kirchner supieron conseguir también se nutrió de afluentes algo más tradicionales y bastante menos presentables. Esos añejos materiales son los de un estilo de conducción personalista, vertical y hegemónico, que utiliza todos los recursos disponibles –legales y paralegales- para concentrar el poder en un sistema de decisiones piramidal, excluyente desde el punto de vista político, e irrecuperablemente ineficaz para una gestión pública moderna. Se trata de un esquema que no reconoce límites, más allá de las fronteras fácticas de su propio uso, y que tampoco respeta controles republicanos, ni autonomías de la justicia o de la prensa; un oscuro dispositivo que entrevera los aportes de campaña, el tráfico de influencias y el capitalismo de amigos con la intervención del INDEC o la subordinación del Consejo de la Magistratura. Este sistema, que se unió a lo peor del peronismo bonaerense en su insaciable deseo de perpetuación, es lo que bien valdría la pena llamar el “kirchneriato”

Porque los unen vínculos sutiles, que sus propios protagonistas no han tenido hasta el momento la voluntad de desglosar ni desmentir, a estas horas se habla indistinta y profusamente de la “derrota del gobierno” o de la “derrota del kirchnerismo”, pero me temo que se esté mezclando más de lo que habría que mezclar. Así, mientras el “kirchneriato” no tiene nada que valga la pena ser rescatado para los tiempos por venir, y su efectivo desguace es una tarea central de la próxima agenda legislativa, el “kirchnerismo” encarna una visión poderosa que anima a buena parte de la dirigencia política, social e intelectual de la Argentina contemporánea; una visión que quizá pronto empiece a buscar nuevas y más justas palabras para ser nombrada.

Nada cuesta reconocer que descreo de las virtudes del paradigma kirchnerista como respuesta a los principales retos de nuestro desarrollo socioeconómico o político-institucional, pero creo también que es un proyecto con el que es imprescindible debatir. En lo inmediato, y frente a los graves desafíos que tenemos por delante, pensarse como una entidad simbólica y política que vaya más allá del estrechísimo círculo que rodea a la pareja presidencial, podría dotar al oficialismo de una racionalidad colectiva superadora del capricho momentáneo de un líder obnubilado. Pero a mediano plazo, difícilmente pueda concebirse la construcción de una Argentina más justa sin algunas de las textualidades, las energías y los actores que el “kirchnerismo” supo convocar. En esa elaboración, además, algunos motivos de su pensamiento –junto a tradiciones liberales o socialdemócratas- son una pata necesaria para el despliegue de un campo de tensiones político-intelectuales que sirvan de marco a las orientaciones estratégicas de nuestras políticas públicas.

Desafortunadamente, y lejos de estas necesidades, los primeros mensajes del matrimonio gobernante luego de la catástrofe no han sido particularmente auspiciosos, aunque habrá que dejar correr algunos días para evaluar hacia dónde apuntan sus decisiones de fondo. Mientras tanto, un país político ya se ha puesto en marcha con destino al 2011. Demasiado parecido al que hemos tenido durante largos y delegativos años, es un país de candidaturas oportunistas, de personalismos acomodaticios, de improvisados rejuntes, que tienen por única guía la inconstante veleta de los vientos de turno o la profunda coincidencia marquetinera en un spot televisivo.

Frente a ello se abre la oportunidad de construir un país diferente. Un país de proyectos en discusión, un país de debates sobre ideas, horizontes y estrategias. Ciertamente, podrá esgrimirse que el elenco gobernante parece no estar “escuchando” a la sociedad, pero también deberíamos enderezar hacia nosotros mismos una interpelación similar, acerca de nuestra dudosa capacidad para prestarle al “otro” su merecida escucha. En este sentido, reconocer al otro no significa identificarlo como mero obstáculo, como se aprecia una roca en la mitad de un río; reconocer al otro es estar dispuesto a dialogar con él para construir una comunidad posible que nos involucre como miembros plenos. A lo largo de muchas décadas la Argentina fue una sociedad donde los actores fueron incapaces de reconocerse y de aceptar mínimas reglas de juego para dirimir su conflictualidad social y política. Desde hace un cuarto de siglo ese paradigma del no reconocimiento se ha trasladado a las orientaciones de políticas, y sus penosos resultados están a la vista de cualquiera que quiera mirarlos de frente.

De aquí en más, a algunos nos tocará la tarea de no meter en la misma bolsa al “kirchneriato” con el “kirchnerismo”, y alejarnos de la tentación de aprovechar la coyuntura de su derrota electoral para ningunearlo como proyecto. Pero del otro lado del mostrador habrá que entender también que los que votaron por propuestas diferentes al oficialismo no son torpes marionetas del “complejo agromediático”, ni tontos útiles al servicio del “bloque agrario”, ni fueron arrastrados al cuarto oscuro por una “aversión irracional” al gobierno de CFK.

La paradoja de la semana es que, para salvar lo que hay de rescatable en el “kirchnerismo”, sus propios seguidores deben comenzar por abandonar el “kirchneriato”.

La Plata, 1 de julio de 2009.

PLATAFORMAS

domingo, 21 de junio de 2009
La decadencia de cualquier género (las postales de verano, el piropo, la serenata) suele aflojar el pudoroso lagrimal de la nostalgia; en algunos casos, además, ofrece algún motivo para la sana preocupación. El asunto viene a cuento por el inocultable declive de un arte menor, la escritura de plataformas.

Digo escritura, y no lectura, porque en ninguna imaginaria edad de oro de la participación política la completa digestión de densos mamotretos partidarios fue objeto de masivo entusiasmo. A lo más, el improbable lector o lectora sobrevolaba el índice, exploraba la introducción, y se concentraba en aquellos asuntos de su particular interés, directo conocimiento o abrasadora actualidad: nuestra posición frente al conflicto limítrofe indio-pakistaní, el plan de acción frente al paludismo, la precisa geografía de las propuestas de alcantarillado, etc.

Todavía en 1989 el Instituto Superior de Conducción Política del Partido Justicialista creyó oportuno publicar en varios volúmenes su Análisis, Lineamientos Doctrinarios y Propuestas para la Acción del Gobierno Justicialista. Tengo a la mano el tomo I, que se extiende a lo largo de 395 detalladas páginas, donde se desmenuzan, entre otros temas, lo que habría de hacerse con la “regionalización de los servicios de salud”, el abaratamiento de los fletes de “nuestra Flota Mercante”, y la “plena industrialización del Cobalto 60”.

Ignoramos si el entonces candidato Carlos Saúl Menem leyó el documento, pero según es fama fue el propio caudillo riojano quien empezó a herir de muerte al género; lo hizo un día que, muy suelto de cuerpo, señaló en una revista de variedades que “si antes de las elecciones decía lo que iba a hacer, no me votaba nadie”.

Pasados los años, los distinguidos intelectuales kirchneristas reunidos en el espacio Carta Abierta no dejan de lamentar que las decisiones de un gobierno que apoyan carezcan de un cierto marco programático. “No creemos equivocarnos –advierten en su cuarta epístola a los compatriotas- si decimos que falta la elaboración, explicitación y proyección de algo previo a ciertas medidas importantes”. El punto es digno de toda atención porque señalan orfandades escriturarias y doctrinales que constituyen un notorio déficit de la pareja presidencial. Como todos sabemos, Néstor Kirchner es un tribuno de atril enjundioso, pronunciar atolondrado y diccionario angosto, mientras que la actual presidenta –en cambio- es una oradora distinguida y de palabras tomar; pero ambos han discurrido por la política navegando con vivaz bandera de ágrafos. Sin ir muy lejos, la insólita plataforma que el Frente para la Victoria presentó para los comicios presidenciales de octubre de 2007 era un sesudo y agendatario documento enumerativo que insumía la friolera de... tres páginas.

Mientras tanto, se dice por todos lados que “la gente quiere oír propuestas”. Pero salvo honrosas excepciones tal parece que no está dispuesta a “leerlas”; ya sea porque no dispone de tiempo o de conocimiento para analizarlas, ya sea porque no está muy dispuesta a fundar su juicio electoral en un dificultoso ejercicio de documentación comparada. Con un criterio algo más intuitivo, parecería que “la gente” prefiere invertir el tiempo en otros quehaceres y orejear a los candidatos según como vayan apareciendo en “Gran Cuñado”, o en algún otro entrevero televisivo. De este modo, en momentos en donde abundan los cruces judiciales, los sondeos maquillados, las operaciones de prensa o el reparto de plasmas, las viejas plataformas partidarias parecen melancólicos ensayos de borgeana categorización del mundo.

Y sin embargo, hubo un tiempo en que los denostados pero imprescindibles partidos políticos escribían plataformas como una parte habitual de su vida interna y de toda contienda democrática. Se nos dirá, con mucho de razón, que el problema clave es que hoy ya no tenemos partidos; y también que las cicatrices de la ausencia nos llevan a fogonear una idealización mal avenida: las plataformas nunca fueron un contrato inviolable entre representantes y representados, ni una implacable herramienta de responsabilización. Pero al menos cumplían algunas funciones importantes. Por de pronto, tendían a vincular un análisis de la situación actual y una propuesta concreta de resolución de problemas con cierta doctrina, con algún lineamiento estratégico de mediano o largo plazo. Además, en esos documentos se intentaba compatibilizar, a veces al riesgo de la mera mixtura, las visiones tecno-políticas disímiles al interior de una organización partidaria. Y finalmente, el proceso de elaboración de las plataformas oficiaba de espacio de integración, de posicionamiento y de competencia de los expertos que luego podían ocupar estratégicas posiciones de gobierno.

Sea como fuere, para algunos ya es tarde para lamentarse porque hoy los vientos parecen soplar para otros rumbos discursivos; pero otros, en cambio, aún creen que vale la pena rescatar ese género declinante aunque vayamos un poco a contracorriente. Como me confesaba un militante de a pie, defendiéndose por la telegramática brevedad de cierto colorido panfleto repartido en la vía pública: “Si escribimos textos largos, no los lee nadie; y a fin de cuentas, quién se va a acordar después de lo que escribimos”.

Bien mirado, quizá haya algo peor todavía que escribir plataformas para el común olvido, y es olvidar el por qué teníamos que escribirlas.

La Plata, 21 de junio de 2009.

EN CAMPAÑA

lunes, 1 de junio de 2009
Hacia el año 64 antes de Cristo, el célebre abogado, escritor y eximio orador Marco Tulio Cicerón se presentó como candidato al consulado romano del año siguiente. Por entonces recibió de su hermano menor, Quinto Tulio, una larga carta colmada de reflexiones y consejos para tener éxito en la contienda política. La epístola se conoce como “Commentariolum Petitionis” y algunos expertos la han traducido como “Breve Manual de Campaña Electoral” (el “petitor” era, entre otras cosas, el que aspiraba a un cargo, de ahí que “com-petidor” sea el que pretende obtener un título junto con otros que quieren lo mismo). Si bien los especialistas han discutido desde hace muchas décadas la efectiva autoría del texto, no se duda de la autenticidad del documento como testigo de época, lo que ha permitido entender mejor algunos vericuetos de la lucha electoral en la antigua Roma.

En tiempos de candidaturas testimoniales, nepotismo militante y gobernantes ausentes de sus despachos por andar de gira proselitista, he querido sumar un módico aporte a la confusión generalizada. El siguiente decálogo sintetiza algunas de las propuestas más sugerentes que los hermanos Cicerón habrían considerado en aquella lejana campaña electoral de hace más de dos mil años. Su lectura sirve también para comprobar lo poco que han inventado desde entonces los consultores de imagen, pese a lo caro que cobran.

Hay varias traducciones del “Commentariolum”. Recientemente la revista mexicana Nexos ha resumido en su edición del mes de mayo la traducción de Alejandra de Riquer (Barcelona, Quaderns Crema, 1993). También he consultado la publicada por Bulmaro Reyes Coria de la Universidad Nacional Autónoma de México (2007). Sigo en general la traducción de Nexos, salvo en mi penúltima proposición, donde prefiero la versión más literal que ofrece Reyes Coria de los parágrafos 46, 47 y 48.

Una última advertencia para candidatos al borde de un ataque de nervios: Cicerón, como pueden verificarlo en cualquier libro de historia, terminó ganando aquella elección.

1) Por mucha fuerza que tengan las cualidades naturales del hombre, en un asunto de tan pocos meses, las apariencias pueden superar incluso esas cualidades;

2) Es muy necesaria la adulación, algo que, aunque en la vida corriente constituya un defecto vergonzoso, se hace imprescindible en una candidatura;

3) La opinión pública ha de importarte muchísimo. Es necesario que pongas esfuerzo, habilidad y diligencia en conseguir no que tu fama se extienda desde tus partidarios al pueblo, sino que el pueblo, por sí mismo, cobre gran afecto por ti;

4) Tres cosas en concreto conducen a los hombres a mostrar una buena disposición y a dar su apoyo en unas elecciones, a saber, los beneficios, las expectativas y la simpatía sincera;
5) Que aquellos que te deben algo y aquellos que desean debértelo se den cuenta de que no van a tener más oportunidad que ésta, los unos, de demostrarte su agradecimiento, y los otros, de convertirse en deudores tuyos;

6) Hay algunos hombres influyentes en sus barrios y en sus municipios. Es preciso que te ocupes cuidadosamente de esta clase de hombres, de manera que ellos mismos entiendan que ya sabes lo que puedes esperar de cada uno, que aprecias lo que recibes y que te acuerdas de lo que has recibido. Pero hay otros que, o no son capaces de hacer nada, o incluso son odiados por los de sus propias tribus. Procura distinguir quiénes son a fin de no quedarte pobre de recursos si depositas en alguno de ellos una esperanza excesiva;
7) Les estimulará a moverse por ti tanto la perspectiva de los servicios que todavía te quedan por prestarles como el recuerdo de los favores que les hiciste recientemente;
8) Aquello de lo que no seas capaz, niégate a hacerlo amablemente o no te niegues; lo primero es propio de un hombre bueno, pero lo segundo de un buen candidato;

9) Si prometieras algo…, será para día incierto y para muy pocos;…si lo negaras, de modo cierto alejarás inmediatamente a muchos…; así los hombres son capturados más por la frente y el discurso que por el beneficio mismo y la cosa…, y todos son de tal ánimo que prefieren que tú les mientas a que les niegues;

10) Procura que toda tu campaña se lleve a cabo con un gran séquito, que sea brillante, espléndida, popular, que se caracterice por su grandeza y dignidad, y que se levanten contra tus rivales los rumores de crímenes, desenfrenos y sobornos, algo que por cierto no desentonaría con sus costumbres.

SALIDA, VOZ Y LEALTAD

martes, 28 de abril de 2009
En 1970 el economista germano-americano Albert O. Hirschman publicó un pequeño libro repleto de ideas. El autor partía de una observación básica: “Bajo cualquier sistema económico, social o político, los individuos, las empresas y los organismos en general están sujetos a fallas en su comportamiento eficiente, racional, legal, virtuoso o, en otro sentido, funcional”. Ante esas circunstancias, las sociedades tienden a desarrollar mecanismos para corregir esos defectos, que en algunos casos complementan, y en otros sustituyen, a los dispositivos económicos centrados en la competencia. El título del libro encierra las opciones básicas analizadas por Hirschman: Salida, voz y lealtad. Respuestas al deterioro de empresas, organizaciones y Estados.

Veamos un ejemplo sencillo que vale para el consumo, pero también para el compromiso partidario o el matrimonio. Cuando un comprador descubre que el producto que habitualmente adquiere está bajando su calidad, enfrenta tres caminos: la opción de salida lo lleva a abandonar la mercancía y quizá a consumir otro producto; la opción de la voz mueve al consumidor a hacerle saber al empresario que su producto se está deteriorando y que hay aspectos para corregir; finalmente, la opción de la lealtad lo mantendrá fiel al producto, quizá animado por la secreta esperanza de que el deterioro sea transitorio, por la amarga comprobación que otros consumos sustitutos serían aún peores, o por la estructura cautiva del mercado.

Forzando un poco la analogía, el gobierno kirchnerista y la sociedad argentina enfrentarán, antes y después de las elecciones, el clásico repertorio de opciones de Hirschman. Antes de los comicios, y tomando como referencia al justicialismo en el poder, las cartas ya están puestas sobre la mesa. La estrategia de la salida supone en el votante una clara convicción acerca de que el producto ya no va a mejorar, y que hay que empezar a buscar nuevas ofertas de consumo político; la opción de la voz parece identificada con el peronismo “suplente” (el peronismo “titular” obviamente está en el gobierno), que sería una forma de decirle al fabricante que uno prefiere otro modelo pero de la misma marca; finalmente, el camino de la lealtad se identifica con seguir consumiendo más de lo mismo y apoyar al oficialismo.

Pero más interesante que este ejercicio es plantearse una averiguación algo distinta: ¿Qué hará el gobierno de Kirchner después de las elecciones? Y aquí otra vez nos reencontramos con el trilema. Ciertamente, para analizar todas las posibilidades deberíamos definir con más precisión escenarios referidos a la dinámica de la crisis socioeconómica interna, la profundización o la recuperación de la economía global, los movimientos de la oposición, y otras variables por el estilo. Pero voy a pasar por alto esas precisiones para estilizar un esquema muy simple.

En caso de un resultado negativo en la Provincia de Buenos Aires la opción de la salida toma la forma de la llamada hipótesis “abdicante”, según la certera expresión acuñada por Vicente Palermo. Este esquema puede tener diferentes versiones. En la variante que hiciera conocer un líder piquetero de indiscutible llegada al poder presidencial, la conjetura dice así: “si nos va mal en Buenos Aires, le revoleamos por la cabeza el gobierno a Cobos”. En una línea levemente diferente, algunos analistas ofrecen una alternativa más compleja: “si nos va mal en Buenos Aires, adelantamos las elecciones presidenciales para octubre y damos pelea a muerte al interior del peronismo”. Lo que tienen de común estas maniobras, a medio camino entre la irresponsabilidad y la extorsión, es el vacío de gobernabilidad que generarían en el trayecto.

Un resultado electoral más parejo quizá podría inducir a una opción a favor de la voz, que tomaría la forma de una hipótesis “dialogante”. En el marco de una crisis persistente o agudizada, y ante la evidencia de una mayoría ciudadana no kirchnerista, de un Congreso más plural, y de un poder más repartido (incluso dentro de la propia tropa los Intendentes y Gobernadores que arrastren muchos votos pueden reclamar con justicia un lugar en la mesa chica de decisiones), el gobierno se aviene a una estrategia de diálogo y de consenso para enfrentar el último y más difícil tramo de su gestión. En este caso, el kirchnerismo no renuncia a sus convicciones, más bien, se reconoce como parte de un juego de poder más amplio, y desde su proyecto discute con otras visiones e intereses.

La tercera opción se muestra leal a una manera de hacer política que ya lleva varios años de discutible ejercicio; es la hipótesis “abroquelante”. Después de un eventual triunfo en Buenos Aires (“aunque sea por un voto”), el oficialismo refuerza su concepción de que el conflicto crea poder, que los adversarios son en realidad enemigos sin retorno, y que en circunstancias tormentosas más vale apoyarse en un muy estrecho círculo de fieles. En esta variante se profundiza el rumbo que nos trajo hasta aquí.

Demás está decir que según cuál sea la opción que se elija, las perspectivas de gobernabilidad democrática del país se modifican sensiblemente. Las opciones extremas (salida y lealtad) parecen augurar escenarios conflictivos y de destino incierto. Por eso, sería bueno ir juntando ideas y voces para el día después del 28 de junio. Porque tras la “madre de todas las batallas” la clase dirigente debería encarar la “madre (o el padre) de todos los diálogos”.

La Plata, 28 de abril de 2009.

CANDIDATURAS ERAN LAS DE ANTES

jueves, 16 de abril de 2009
Las llamadas “candidaturas testimoniales” son un fiel testimonio de la degradación de ciertas maneras de hacer política. Pero no son una tempestad en día sereno: hay motivaciones inmediatas, antecedentes cercanos y sobre todo hay condiciones estructurales que permiten su aparición.

Los motivos inmediatos de esta impostura son harto conocidos: la necesidad del kirchnerismo de evitar que los siempre infieles barones del conurbano jueguen a dos puntas, poniendo sus fichas electorales tanto en las menguantes alforjas del Frente para la Victoria como en los bolsillos del llamado peronismo “disidente”. En estructuras partidarias sin vida interna ni competencia democrática, los costos que la organización no afronta se los hace pagar –con la devaluada moneda de la credibilidad- al conjunto del sistema político. En una política vaciada de ideas, de valores y de proyectos, dominada por cajas negras, lealtades fiscales y mafias territoriales, el fin electoral de corto plazo parece justificar todos los medios.

Claro que los antecedentes se reparten a lo largo y a lo ancho del espectro partidario. Por un lado, esa estratagema es un eslabón más de una extensa cadena de decisiones del oficialismo que están en las antípodas de una auténtica preocupación por el mejoramiento de la calidad institucional. Desde la reducción del Consejo de la Magistratura hasta la manipulación del INDEC, desde la reglamentación de los Decretos de Necesidad y Urgencia hasta la imposición del adelantamiento electoral, desde el oscuro blanqueo de capitales hasta la distribución discrecional de subsidios a empresarios amigos, abundan los ejemplos de acciones gubernamentales reñidas con la separación de poderes, la transparencia o la ética pública.

Pero por otra parte, esas candidaturas falaces constituyen una vuelta de tuerca, en el peor sentido, de una serie de malas prácticas seguidas por dirigentes de diferentes extracciones partidarias, que no hacen otra cosa que fomentar el descreimiento, y con ello, el distanciamiento de amplios sectores de la ciudadanía con la política.

Para citar apenas algunos botones de muestra vale la pena recordar los numerosos casos en los que un dirigente elegido para ejercer una función, a poco de andar, y sin siquiera cumplir una mínima parte de su mandato, se presenta para otro cargo electivo. En un sentido análogo, también se dan varios ejemplos en los que un representante “retiene”, gracias a generosas licencias, un cargo legislativo para el que fue electo, mientras ocupa sus días en ejercer una función ejecutiva que considera –por diferentes motivos- más útil o apetecible. A esto hay que sumar otras situaciones anómalas, tales como los escuálidos requisitos de residencia, que permiten que un candidato/a “salte” de un distrito electoral a otro con pasmosa facilidad y llamativa velocidad.

En un rubro distinto, que merecería un análisis particular aunque sus consecuencias son igualmente perniciosas, tenemos los casos de aquellos legisladores electos que entran al Congreso por una lista, pero que sufren una súbita conversión en su ideario, y se pasan al bloque o al partido de enfrente(¡). La casualidad ha querido que esas conversiones se den en varios casos en el sentido de pasarse al oficialismo, de donde suelen provenir contantes, sonantes y persuasivos argumentos.

En este tobogán de compromisos que no se cumplen y de promesas que no se honran, ahora les toca el turno a los candidatos que mantienen su cargo ejecutivo electivo pero que simultáneamente se presentan para un cargo legislativo que de antemano advierten que no van a ejercer. Estaríamos asistiendo así a la crónica de una defraudación anunciada.

Sus defensores se escudan diciendo que es “legal”, y además ellos estarían “anunciando” a la población –en un programa de cable o almorzando con Mirtha Legrand- que no van a asumir sus responsabilidades. Aquí la falacia es doble. De un lado, que legalmente algo se pueda hacer no significa que deba hacerse, y en todo caso, tal parece que estamos más bien ante un defecto de la justicia y no frente a una novedosa virtud de la política. Pero además, no se cumplen elementales requisitos de notificación previa, fehaciente y expresa al votante. Si en mi negocio yo vendo botellas de licor con un alto porcentaje de agua adentro, la información debe constar en la etiqueta, y ningún juez me salvaría de la estafa por haber reconocido mi falta en un programa de Marcelo Tinelli.

Para empeorar las cosas, los voceros del oficialismo han apelado a un juego argumental tan descaminado como peligroso. Por un lado, al blandir un discurso polarizante, “a todo o nada”, tergiversan el sentido republicano de una elección de medio término, en la que la ciudadanía debe elegir una mayor o menor pluralidad política en las instancias legislativas. En paralelo, al querer acercar algún ensayo de justificación de lo injustificable, esos mismos voceros han señalado la necesidad de que los ejecutivos municipales o provinciales “revaliden sus títulos” en las urnas. Pero si hay algo que debería quedar absolutamente claro en este debate, es que la legitimidad del Ejecutivo nacional o de los ejecutivos provinciales o municipales no está en juego en esta elección.

Claro que más importante que entrar en el detalle de estas trapisondas, es prestar atención a las razones de fondo que posibilitan que esas manipulaciones sean un billete cada vez más corriente en los vericuetos de nuestra política criolla.

Al menos podemos señalar tres factores clave: una normativa político-institucional demasiado permisiva; unas instancias de control político-electoral demasiado laxas, y sobre todas las cosas, un grado de participación y organización política de la ciudadanía demasiado débil.

Esta triste combinación de debilidad en la participación ciudadana, de laxitud en los controles y de permisividad normativa está en la raíz de muchos de nuestros males; y si no somos capaces de cambiar este balance negativo, ni de castigar electoralmente a quienes se aprovechan de esas debilidades, seguiremos alimentando una peligrosa espiral donde lo que sobra de apatía se confabula con lo que falta de escrúpulos.

Mientras tanto, los problemas sociales y económicos, tanto los de origen doméstico como los de naturaleza internacional, se agravan a un ritmo vertiginoso. Frente a esta realidad el gobierno apela a una táctica electoral supuestamente eficaz, pero subordinada a una pésima estrategia. En vez de ampliar su base de sustentación social y política, en vez de fortalecer una coalición a través del diálogo y el acuerdo, particularmente con aquellos sectores que pueden ser motor de la recuperación socioeconómica, opta por el encierro. Su respuesta es aislarse, atrincherarse en una de las fracciones del cada vez más fraccionado Partido Justicialista. En vez de sumar candidatos nuevos, opta por repetir candidatos viejos.

Por este camino no es difícil vislumbrar algunas de sus esperables consecuencias. El Ejecutivo saldrá de las próximas elecciones más debilitado, porque el Frente para la Victoria, en cualquiera de los cálculos, obtendrá menos votos y menos escaños que en 2005 y en 2007. De paso también se debilitará al Parlamento, que durante seis meses, y en medio de una crisis socioeconómica agudizada, tendrá titulares con menor respaldo político que quienes estarán en el banco de los suplentes. Para complicar las cosas, la pelea sucesoria al interior del peronismo se intensificará, y en momentos en que más necesitaríamos de la política, quienes siempre dijeron que venían a fortalecerla, o a cambiarla para mejor, le estarán sirviendo en bandeja el ajuste a las desiguales fuerzas del mercado.

Pero lo peor que podríamos hacer con toda esta historia es no aprender la lección. Por eso es fundamental que ciudadanos y ciudadanas, dirigentes de diferentes extracciones con honesta voluntad de cambio, y organizaciones de la sociedad civil, sumemos nuestros esfuerzos para retomar el necesario debate por una reforma política orientada a mejorar la calidad de nuestras instituciones y prácticas. Claro que esa reforma no debería perderse tras veleidades fundacionales, por el contrario, sin perder una mirada integral y estratégica, debería avanzar progresivamente capitalizando las malas experiencias que tenemos en nuestro haber, y corregir un acotado menú de puntos críticos sobre los cuales pueda concentrarse un amplio consenso.

Porque los males de la política democrática no se resolverán con menos política o con menos democracia; sino con más y mejor política, con más y mejor participación, con más y mejor democracia.

La Plata, 15 de abril de 2009

DE LA MANO DE ALFONSIN

viernes, 3 de abril de 2009
En 1846, en las Notas que escribe a propósito de Civilización y Barbarie desde su exilio montevideano, Valentín Alsina le recuerda a Sarmiento una vieja verdad de la política criolla, y quizá también de toda política. Al reflexionar sobre el fracaso del gobierno de Rivadavia, el dirigente bonaerense se pregunta: “¿No cree Ud. que, si en vez de ir a Europa, va a recorrer las provincias, a adquirir relaciones personales, a hacerse conocer y amar personalmente…, y en fin, a estudiar y conocer el país, que no conoció nunca, otra, y muy otra, hubiera sido la suerte de su posterior presidencia?”.
El mensaje encerrado en la botella pinta de cuerpo entero una manera de entender la política a la cual Raúl Alfonsín le fue fiel durante toda su vida.
Desde esa mirada, la política es estudio, es proyecto de transformación, es diálogo civilizado, es elaboración permanente de lazos de confianza, es una forma de afecto hacia lo público fortalecida a través del trato personal, es un camino institucionalizado de construcción de poder y de resolución de conflictos.
Con sana porfía de gallego consecuente, el padre de la democracia argentina contemporánea volvió a defender el compromiso con esas banderas en sus últimas apariciones públicas. Lo hizo, por ejemplo, en el merecido homenaje que recibió en la Casa Rosada, el 1ero. de octubre de 2008, cuando recordó:

“Siempre creí y así lo dije en tantas oportunidades que es la misión de los dirigentes y de los líderes plantear ideas y proyectos evitando la autoreferencialidad y el personalismo; orientar y abrir caminos, generar consensos, convocar al emprendimiento colectivo, sumar inteligencias y voluntades, asumir con responsabilidad la carga de las decisiones. "Sigan a ideas, no sigan a hombres", fue y es siempre mi mensaje a los jóvenes. Los hombres pasan, las ideas quedan y se transforman en antorchas que mantienen viva a la política democrática”.

Y volvió a hacerlo unos días después, en el acto que los jóvenes radicales organizaron en el Luna Park, para recordar el primer cuarto de siglo de la democracia recuperada.
El acto fue una rara mezcla de proyecto y de nostalgia, pero también un deber de estricta justicia. Había una multitud entusiasta de pibes que jamás compraron un chicle con un Austral, junto a racimos de señoras con ojos húmedos que habían votado por el Dr. Illia. Había dirigentes de toda laya, enrolados en las más diversas y fragmentadas capas geológicas del radicalismo, mezclados con militantes de corazón, y ciudadanos de a pie que fueron al Luna a celebrar los 25 años de democracia, y a homenajear al líder político que más ayudó a reconstruirla. Había muchos que lo habían votado aquel 30 de octubre de 1983, y también estábamos algunos que no lo habíamos votado nunca.
En su breve mensaje, ayudado por unas notas garabateadas que nunca leyó, un Alfonsín de entrecasa y sin corbata, mostró retazos de la energía de siempre, y a cada quien le destinó un sayo para ponerse.
Al gobierno lo zarandeó al decirle que "no puede sentirse el realizador definitivo de la Argentina del futuro porque haya ganado una elección", ni creer que se construye democracia "sobre la base de la destrucción" de todo lo preexistente; a su propio partido le recomendó mirar para adelante, y no quedarse “en un pasado que ya fue"; y a la dispersa oposición le recordó la importancia del diálogo, un "diálogo que no es simplemente diálogo entre gobierno y oposición, que es diálogo también dentro de la oposición". Y para completarla, dejó flotando en el viento un mensaje ecuménico: "Tenemos que querernos más entre todos los argentinos, porque a través del esfuerzo común es como vamos a resolver nuestros problemas".
El que hablaba era un Alfonsín gastado por la enfermedad, sobreviviente de mil batallas, pero animado por el ángel terco de su compromiso militante. El mismo compromiso que casi lo lleva a la muerte, una década atrás, en junio de 1999, mientras trajinaba por una desamparada ruta patagónica rumbo a Ingeniero Jacobacci.
Por aquellos días su estrella política aparecía eclipsada y su estilo proselitista un resabio de tiempos idos. En pleno auge de la “mass-mediatización” de la política, de la manufactura televisiva de productos electorales, de las lealtades fiscales, un ex presidente de 72 años, sin estructura de prensa, sin recursos, casi sin acompañantes, se imponía una vez más la tarea de caminar el país, de recorrer pueblo por pueblo, de movilizar comité por comité, de persuadir cara a cara.
La crónica de época recuerda que una semana antes del accidente, “había pasado por lugares tan distantes como Malvinas Argentinas, Quilmes, General Belgrano, América, La Pampa, Trenque Lauquen, San Luis y Río Negro”, y que todavía lo esperaban cuarenta actos en la provincia de Buenos Aires. En muchos de esos encuentros nadie esperaba encontrar multitudes; apenas el quórum propio de los dirigentes locales, un puñado de militantes fieles, y unos pocos vecinos curiosos que aceptaban el convite. Pero él, rememoran sus seguidores, “nunca preguntaba cuánta gente había antes de asistir a un acto”.
Tengo para mí que ese accidente comenzó a operar una magia secreta. Una cálida corriente de afecto popular volvió a envolver la figura de Alfonsín, y ya no lo abandonó, y seguramente jamás lo abandone. Fue sobre todo a partir de entonces cuando empezó a palpitarse más claramente que su palabra, su obra, su conducta, seguían mostrando un sendero que valía la pena seguir recorriendo.
Poco a poco también empezó a cambiar el espejo desde el cual escudriñábamos ese rostro multiplicado en afiches, en obleas y en pancartas rojiblancas. Sin dudas, Alfonsín fue un líder político extraordinario que se ha ganado un lugar en nuestra historia por mérito propio. Pero si en los años ochenta lo juzgábamos con la exigente vara de nuestras inagotables expectativas democráticas, lentamente comenzamos a vindicarlo a partir de las mezquinas experiencias políticas que lo sucedieron.

En su último discurso en la Casa Rosada, fue él quien rememoró al pensador italiano Norberto Bobbio, al decir que “somos también lo que elegimos recordar”. Desde mañana, a la historia corresponderá decantar los aciertos y los errores de su largo paso por los turbulentos años de la política que le tocó vivir. Pero hoy, más que nunca, una sociedad huérfana de ejemplos que nos sirvan de ley ha elegido recordar al viejo luchador político, democrático y republicano, honrado y austero; al afiliado histórico de la Unión Cívica Radical; al miembro fundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos; al Presidente que promovió la paz y la integración regional; al que impulsó el inédito juicio a las cúpulas militares; al dirigente que asumió la bandera universalista de la defensa de los Derechos Humanos, por sobre utilizaciones instrumentales, oportunistas o partisanas; al líder político que nos enseñó a varias generaciones de argentinos y de argentinas que el Preámbulo de la Constitución Nacional podía ser recitado como una plegaria laica, un renovado programa de gobierno, una esperanzada promesa de futuro.
Pero si su fidelidad a estos principios y valores resaltan sobre el telón de fondo de una dirigencia acomodaticia, obscenamente enriquecida, desertora impenitente de sus obligaciones públicas, también el mensaje de Alfonsín sigue reverberando como un proyecto inacabado. De ahí su insistencia, en aquel discurso, por enfrentar algunos de los más acuciantes desafíos del presente.
Por de pronto, la necesidad de superar el “canibalismo político” en pos de una sociabilidad política que, sin eludir el conflicto, apueste a la construcción y al consenso. Para decirlo con sus propias palabras:

“La política implica diferencias, existencia de adversarios políticos, esto es totalmente cierto. Pero la política no es solamente conflicto, también es construcción. Y la democracia necesita más especialistas en el arte de la asociación política. Los partidos políticos son excelentes mediadores entre la sociedad, los intereses sectoriales y el Estado y desde esa perspectiva hemos señalado que lo que más nos preocupa es el debilitamiento de los partidos políticos y la dificultad para construir un sistema de partidos moderno que permita sostener consensos básicos. No será posible resistir la cantidad de presiones que estamos sufriendo y sufriremos, si no hay una generalizada voluntad nacional al servicio de lo que debieran ser las más importantes políticas de Estado expresada en la existencia de partidos políticos claros y distintos, renovados y fuertes, representativos de las corrientes de opinión que se expresan en nuestra sociedad”.

Claro que esa reconstrucción institucional de la política democrática en nuestro país no puede ir desligada de su compromiso social:

“Democracia es vigencia de la libertad y los derechos pero también existencia de igualdad de oportunidades y distribución equitativa de la riqueza, los beneficios y las cargas sociales: tenemos libertad pero nos falta la igualdad. Tenemos una democracia real, tangible, pero coja e incompleta y, por lo tanto, insatisfactoria: es una democracia que no ha cumplido aún con algunos de sus principios fundamentales, que no ha construido aún un piso sólido que albergue e incluya a los desamparados y excluidos. Y no ha podido, tampoco aún, a través del tiempo y de distintos gobiernos construir puentes firmes que atraviesen la dramática fractura social provocada por la aplicación e imposición de modelos socioeconómicos insolidarios y políticas regresivas”.

Para finalizar, cabe anotar una casual simetría de efemérides que ha reunido en estas mismas horas el recuerdo trágico de la invasión a Malvinas y la muerte del veterano líder radical. La coincidencia ha servido a algunos para enfatizar que la democracia argentina nació de aquella insensata guerra perdida. En parte es cierto, y en parte también corresponde recordar el rosario desarticulado de formas pacíficas de resistencia bajo el imperio dictatorial, pero cometeríamos un severo error de apreciación al leer aquellos procesos a la luz de una mecánica de dominó. La guerra de Malvinas, sin dudas, generó un enorme vacío de poder y abrió también una ventana de oportunidad; pero solamente un liderazgo político constructivo podía transformar esa apertura en un quiebre definitivo con el pasado autoritario, en el nacimiento de un inédito ciclo democrático, en una entrada a la vida pacífica y republicana. Y ésta fue la obra incuestionable del primer presidente de la democracia.
Salvando las enormes distancias entre aquellos años inclementes y nuestras actuales miserias, también hoy vastos sectores de la sociedad argentina sufren otros vacíos y padecen penosas orfandades; y quizá también hoy podamos recuperar algo de aquel espíritu del ’83, pero con el beneficio de inventario de todos los años que siguieron, con el saldo ominoso de las cosas que aprendimos.
Y aunque nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos; porque ahora estamos más pobres, somos más viejos, nos sentimos más inseguros, o nos hemos puesto un poco más cínicos, todavía y siempre habrá lugar para recuperar la esperanza.
Si así fuere, esa energía social que caminó en estas horas por las calles, que atravesó al país de cabo a rabo, que conmovió a propios y a extraños, no se disipará en un nuevo fracaso colectivo o quedará en el recuerdo como un fogonazo circunstancial.
Si así fuere, quizá podamos aprovechar este envión anímico para retomar la agenda incumplida de las promesas democráticas.
Esa agenda que empezamos a escribir de la mano de Alfonsín.

La Plata, 2 de abril de 2009

LA MISIÓN DEL CONGRESO

martes, 24 de marzo de 2009
El sorpresivo e improvisado proyecto de adelantamiento de las elecciones legislativas para el próximo 28 de junio es probablemente la jugada más arriesgada de toda la vida política del matrimonio Kirchner. Si obtienen un triunfo electoral, habrán ganado un cierto margen de maniobra para capear una tormenta que, en una porción nada despreciable, ellos mismos siguen alimentando. Si pierden, habrán montado un aparatoso escenario para una eventual huída de sus compromisos de gobierno.

Claro que el camino al desenlace tiene todavía que superar algunos democráticos y republicanos “escollos”. En principio, la modificación de la fecha deberá ser aprobada por el Congreso Nacional; y luego, habrá que ver si se concreta la discutible candidatura de Néstor Kirchner –devenido en impostado pingüino bonaerense-para dar la madre de todas las batallas en la provincia de Buenos Aires.

En este marco, los distintos sectores de la oposición están quedando a la defensiva, entrampados en el irresponsable juego político de cortísimo plazo que le está imponiendo el kirchnerismo.

Mientras tanto, la dinámica de la crisis socioeconómica local y los perniciosos efectos de la crisis global, ya han comenzado a retroalimentarse mutuamente y a potenciarse.

¿Es posible salir de esta peligrosa encerrona? ¿Hay acaso un camino más productivo que la oposición puede comenzar a transitar? ¿Qué papel puede encarnar una amplia y diversificada ciudadanía independiente, que mira atónica estas maniobras electoralistas en la cornisa? Tal vez la respuesta, o al menos parte de ella, podamos encontrarla en el Congreso.

Quizá como en los aciagos días de la crisis de 2001-2002, y otra vez en el 2008, en virtud de su capacidad para procesar el conflicto entre el gobierno y los sectores agropecuarios, el Congreso está llamado hoy, nuevamente, a jugar un rol de la más alta responsabilidad institucional.

Buena parte de esa responsabilidad pasa en la actualidad por ensanchar el horizonte de toma de decisiones, por generar un sentido del tiempo político que no se agote en el cortoplacismo electoral. En momentos como los que vivimos se hace imprescindible producir una cierta visión de futuro consensuado, dibujar los trazos gruesos de una renovada orientación estratégica, abrir espacios donde las demandas y los conflictos comiencen a encontrar nuevos cauces institucionales de expresión y vías progresivas de resolución.

En este sentido, el Congreso es el ámbito idóneo para que las distintas fuerzas políticas acuerden un programa legislativo de consenso que parta de la base de recuperar sus atribuciones constitucionales, y que apunte a garantizar la gobernabilidad democrática del país en un contexto de fuerte zozobra socioeconómica, de alta incertidumbre internacional, y de evanescente poder político presidencial. Ese programa mínimo, incluso, podría servir para allanar el camino a la integración de ciertas candidaturas.

Algunas de esas iniciativas implican desandar los equivocados caminos por los que nos ha llevado el matrimonio gobernante; otras, en cambio, suponen llevar a la práctica una serie de positivos anuncios que el propio oficialismo hizo, pero que no ha concretado todavía, o que avanzan a marcha muy lenta.

Los componentes básicos de ese programa podrían incluir:

1. Acuerdo con los sectores agropecuarios en base al documento conjunto de la Comisión de Enlace del 12 de marzo de 2009;
2. Normalización inmediata del INDEC mediante una ley que garantice su autonomía institucional del Poder Ejecutivo Nacional;
3. Convocatoria a la Mesa del Diálogo Argentino para debatir con diferentes sectores de la sociedad y la política los grandes ejes de la agenda pública del país: desarrollo, integración al mundo, pobreza, empleo, seguridad, etc.;
4. Normalización de las relaciones con el Club de París y los organismos multilaterales de crédito, incluido el FMI;
5. Avanzar en la negociación con los tenedores de títulos externos (holdouts);
6. Respaldo a la independencia institucional de los órganos de control del Estado y combate a la corrupción, dejando sin efecto todos los intentos de limitación o intervención por parte del Poder Ejecutivo en sus estructuras, funciones o iniciativas (Fiscalía de Investigaciones Administrativas, Oficina Anticorrupción, AGN, etc.);
7. Derogación de la Ley de “blanqueo” de capitales;
8. Derogación de la reforma del Consejo de la Magistratura, retornando la constitución del cuerpo a su formato original;
9. Normalización de las relaciones con Uruguay en base a un acuerdo consensuado para superar el conflicto por la instalación de la planta de Botnia;
10. Fortalecimiento del MERCOSUR en el marco de una estrategia regional coordinada para enfrentar la crisis internacional.

Tanto las políticas económicas específicas para enfrentar la situación actual, como las políticas sociales, que antes de la agudización de la crisis ya parten de un piso de pobreza que ronda el 30% de la población, requieren de un marco creíble de reglas donde el equilibrio de poderes, el sistema de estadísticas nacionales o la seguridad jurídica no sean una rama degradada de la literatura fantástica. Una sociedad que a diario comprueba que en la política “todo vale”, se hunde paulatinamente en una anomia sin término.

Las próximas elecciones, en junio o en octubre, consagrarán a un puñado de ganadores y dejarán un tendal de perdedores, pero seguramente nuestros problemas nos estarán esperando, agravados, al día siguiente del acto comicial. Incluso bajo la hipótesis de un triunfo pírrico del kirchnerismo en tierras bonaerenses, el escenario postelectoral más probable a nivel nacional es que el oficialismo sufrirá una importante sangría de escaños, ya sea a manos de la Coalición Cívica y la UCR, ya sea a manos del PJ “suplente”. Por tal razón, nuestra dirigencia debe comenzar desde ahora a elaborar un núcleo estratégico de decisiones consensuadas para afrontar la crisis. De lo contrario, la sociedad en su conjunto estará nuevamente al borde de una peligrosa frustración, y los sectores más vulnerables padecerán la amarga combinación de malas políticas locales y de peores condiciones externas.

Frente a un Poder Ejecutivo que no hace del diálogo su práctica discursiva predilecta, que no se reúne con la oposición, que toma decisiones cruciales -e intempestivas- en el solitario vértice de una pirámide de poder que día a día muestra cimientos más endebles, el Congreso Nacional tiene una misión de enorme responsabilidad institucional. Confiemos en que estará a la altura de la circunstancias. Apoyémoslo activamente para que así sea.

La Plata, 16 de marzo de 2009.
Publicado en la página del Centro de Investigaciones Políticas: http://www.cipol.org/ y en el Blog del Club Político Argentino: http://clubpoliticoargentino.blogspot.com/

INSEGURIDAD CIUDADANA: LAS SOLUCIONES PELIGROSAS

viernes, 20 de marzo de 2009
A primera vista, la pena de muerte ofrece una solución rápida, drástica, definitiva, para un problema tan complejo como abrumador que padece toda la sociedad argentina.

Su lógica es sencilla, aunque tenga demasiados costados flacos. A fin de cuentas, como dice el dicho cruel, “muerto el perro se acabó la rabia”. En todo caso, habría que ver cuántos desdichados sería necesario eliminar para erradicar la epidemia, quién se encargaría del asunto, qué recaudos habría que tomar para evitar eventuales errores, y otros detalles “técnicos”; mientras tanto, ya tenemos una “solución” para el problema.

Desde esta perspectiva, la inseguridad guarda algunos parecidos, y varias diferencias, con otros graves problemas estructurales que padece nuestro país, y está relacionado con todos ellos: el errático y declinante rumbo socio-económico que ya lleva décadas, la dinámica de un Estado capturado por fragmentos de partidos, empresas o sindicatos, cuando no por módicas y cambiantes mafias, o el patrón de exclusión social que día a día asesina la esperanza de millones de compatriotas.

Se parece a, y está vinculado con, todos esos problemas porque sus auténticas soluciones son difíciles, costosas, y lentas, pero las diferencias no son menos importantes.

Por de pronto, los hechos delictivos permiten demonizar fácilmente a un responsable inmediato, directo, y la nuestra es una sociedad acostumbrada a producir etiquetas simplistas, hijas de un maniqueísmo feroz: “gaucho malo” o “subversivo”, “oligarca vendepatria” u “homicida”, son conocidas advocaciones de ese Otro que habría que eliminar –de manera rápida, drástica, definitiva- para que este país, de una buena vez, empiece a andar como corresponde. “Ah, si yo fuera presidente”…, se oye distraídamente por ahí, y el hablante se imagina orondo con su reluciente traje de pequeño tirano, de derecha o de izquierda, dando órdenes minuciosas, implacables, incontrovertibles. Quizá prisionero de nuestro amargo pasado es más raro que el susodicho se imagine como un activo primer ministro que promueve acuerdos en el marco de una democracia parlamentaria.

Claro que tampoco la política está ayudando mucho. Un poco por causas actuales, y bastante más por razones lejanas. En el primer caso, porque crecientes sectores sociales perciben que desde las más altas cumbres del poder los problemas de la seguridad no son tratados con la consideración que merecen. No deja de ser curioso que en su reciente discurso ante la Asamblea Legislativa, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner prununció 7630 palabras, pero “seguridad” o inseguridad” no formaron parte –ni siquiera una vez- de ese extenso vocabulario.

Pero sin dudas hay causas más profundas. Después de todo, la “política” de seguridad es parte de “la” política, y la política en nuestro medio, y hasta nuevo aviso, es una cuestión que se dirime en el cortísimo plazo, atravesada por intereses, visiones y conflictos tan limitados como sus protagonistas, sin acuerdos de fondo, sin acatar reglas estables, sin planes orgánicos, sin cuadros formados, sin recursos adecuados, sin continuidades ni transparencia.

Todo esto vale también para la educación, la salud o el desarrollo social; la única diferencia es que los magros resultados de la política de seguridad se pagan con una ominosa cuota de sangre, con familias que se astillan para siempre, con la atroz estadística de muertes que se acumulan

Pasa el tiempo y el cóctel es cada vez más espeso. Todos los días se pierden vidas: de asaltados y de asaltantes, de policías y de ladrones. Las soluciones fáciles, y peligrosas, van ganando terreno. Para colmo de males los argentinos poseemos una gran capacidad para asociarnos con miras al enfrentamiento y al conflicto, pero somos bastante menos eficaces a la hora de la cooperación solidaria o el equilibrio pactado.

No vaya a ser cosa que vecinos y familiares legítimamente indignados, mordidos por la tragedia y hartos de no tener repuestas institucionales, empiecen por propia mano a enfrentar el complejo y abrumador problema de la inseguridad mediante soluciones rápidas, drásticas, definitivas.

La Plata, 7 de marzo de 2009. Publicado en el Diario DIAGONALES, 9 de marzo de 2009

LA TEORÍA POLÍTICA DEL KIRCHNERISMO

jueves, 19 de marzo de 2009

…una ciudad corrompida que vive bajo un príncipe no podrá llegar a ser libre
aunque ese príncipe desaparezca con toda su estirpe, por lo que conviene que un
príncipe suceda a otro, pues no descansará hasta crear un nuevo señor…"

Nicolás Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Libro I, parágrafo 17.


Con las ideas, como con las palabras, se pueden hacer muchas cosas, pero sobre todo se pueden hacer dos cosas: mencionarlas o usarlas.

Alguien “menciona” una idea cuando la nombra, cuando genera una secuencia de signos en torno a esa palabra, o a esa idea, cuando en una disputa meramente señala, por ejemplo, que va a respetar el diálogo, la calidad institucional o los compromisos asumidos. Pero alguien “usa” una idea cuando la utiliza efectivamente como mapa cognitivo para mirar el mundo, y toma decisiones congruentes con los supuestos y las previsiones que se derivan de esa idea. Para decirlo con una ilustración a la mano: Si un gobernante dice que respetará las instituciones públicas, pero falsea sistemáticamente las cifras oficiales, entonces, y bajo la hipótesis realista que pretende mantenerse en el poder, ese gobernante en realidad cree que la mentira persistente es un instrumento de gobierno más adecuado.

En un caso, pues, profesamos una teoría política, una manera de ver el mundo del poder y fundar nuestras decisiones, que podríamos llamar “manifiesta”, “superficial” o “pública”, en la que mencionamos muchas palabras; en el otro caso, le somos fiel a una teoría política “latente”, “profunda” o “secreta”, que usamos realmente para resolver nuestros problemas.

De un tiempo a esta parte se han escrito caudalosos arroyos de tinta acerca de la teoría política “profunda” del kirchnerismo. Sus principios son, a esta altura del partido, sobradamente conocidos: acumulación de los poderes republicanos, concentración piramidal de la toma de decisiones, control político de las calles, centralización federal del nivel de gobierno, manejo discrecional de los recursos fiscales, viraje arbitrario de las regulaciones económicas, y otros despropósitos por el estilo. Algunos de estos principios ya han mostrado capacidad para devorar a sus propios progenitores, pero otros no han sido desmentidos ni por la sociedad ni por sus instituciones, o sea que hasta ahora, al menos, no han sido refutados por la realidad, que es la única verdad.

Ahora bien, una primera pregunta que ha comenzado a repiquetear en estos días, a resultas del cambio de actitud respecto del conflicto agropecuario, es si se trata de un viraje estratégico, algo así como un cambio de paradigma teórico, o apenas es un ajuste táctico ante una fortuna definitivamente adversa. Como bien lo anticiparon los dirigentes del sector agropecuario, la confianza no se reconstruye con palabras (esto es, no basta con “mencionarla” en los discursos y los acuerdos), sino que hay que edificarla pacientemente con hechos reiterados a lo largo del tiempo, hay que ponerla en práctica con decisiones confiables. Para citar otra vez a un filósofo experto en cuestiones de lenguaje: “al rengo habrá que verlo caminar”.

Pero por debajo, o por detrás, de esta interrogante puntual, hay una pregunta algo más perturbadora a la que deberíamos prestarle atención. Cualquier cosa que sea el kirchnerismo, es claro que no ha sido una tormenta en día sereno. Lo poco o lo mucho, lo bueno o lo malo de su aprendizaje de gobierno, su manera de ver y de actuar en el mundo de la política o los negocios, lo aprendieron aquí, en estas tierras, no en Júpiter.

Por eso, y más allá de estilos y de formas (que importan, y mucho), me pregunto si la teoría política “profunda” del kirchnerismo acaso no se corresponde demasiado bien con la estructura y la dinámica del poder –político, económico, social o cultural- de la Argentina contemporánea. Me pregunto si acaso el kirchnerismo no tomó debida nota de la persistente oscilación que nos ha tenido a mal traer en el último cuarto de siglo de vida democrática, y que ha afectado tanto la eficacia de las políticas como la calidad institucional de la república. De acuerdo con ese desdichado esquema pendular, los términos opuestos han sido concentración política o fragmentación partidaria; gobiernos personalistas y providenciales, o dispersión caótica; eficacia omnímoda y descontrolada versus pluralismo inoperante. El último Alfonsín y todo De la Rúa de un lado, Menem y Kirchner del otro. De los que ya terminaron, todos terminaron mal, es cierto, pero hay diferentes formas de terminar mal.

Así las cosas, alguien podría decir, y con razón, que la teoría política del kirchnerismo es tan primitiva como su “teoría” económica, y que debe ser superada por algo mejor. Pero entre ambas hay una distancia no menor que se traduce en términos de su eficacia diferencial. En la actualidad, la teoría económica es forzosamente global y eso le impone restricciones infranqueables y oportunidades delimitadas. Por haber respetado prudentemente esas restricciones, países como Chile o Brasil tendrán ahora oportunidades que la Argentina verá pasar de largo. En cambio, la teoría política profunda todavía, y por mucho tiempo, podrá darse el lujo de ser nacional, provincial o pueblerina, y de actuar en el marco de esos estrechos (o demasiado laxos) márgenes.

Quizá alguno/a juzgue ociosas estas indagaciones, que dirigidas al kirchnerismo pronto serán objeto de reposada curiosidad historiográfica. Pero los actuales líderes opositores –y los ciudadanos de a pie- harían bien en comenzar a espigar algunas lecciones de esta amarga experiencia.

Quizá más temprano que tarde esos líderes emergentes deban enfrentar una decisión crucial, y contestar aquella pregunta perturbadora: ¿Hasta qué punto están dispuestos a poner en práctica de manera efectiva, con qué beneficios y a qué costos, las palabras y las ideas que hoy tanto se mencionan?

La Plata, 5 de marzo de 2009.

EL POLÍTICO Y EL CIENTÍFICO…

viernes, 27 de febrero de 2009
Hace exactamente noventa años, entre los meses de enero y febrero del dramático invierno revolucionario alemán de 1919, Max Weber pronunció dos conferencias invitado por la Asociación Libre de Estudiantes de Munich. Las tituló “La Política como Vocación” y “La Ciencia como Vocación”, y sus textos, corregidos y completados por el propio autor, fueron publicadas en el verano de ese mismo año, a escasos meses de su repentina muerte. Desde entonces, esos trabajos no solo han sido considerados una suerte de testamento intelectual del eminente sociólogo de Heidelberg; también se han constituido en un punto de reflexión ineludible para todos aquellos preocupados por las siempre tensas vinculaciones entre el saber y el poder, entre el conocimiento y la toma de decisiones, entre el quehacer del político y del científico.

Este espacio que hoy abrimos seguirá, a su manera, la estela de esas preocupaciones a través de un puñado de temas: Gobernabilidad, democracia, Estado y políticas públicas, sociedad y política, gestión del conocimiento, universidad y educación superior en Argentina y América Latina, entre otros.

Serán bienvenidas todas las opiniones, los comentarios y las críticas orientados a construir un espacio de diálogo, de reflexión y de intervención en los asuntos públicos. Solamente quedarán afuera los agravios o las expresiones de intolerancia.

No me comprometo a una presencia diaria; en todo caso, la elaboración de artículos y notas de opinión seguirá el ritmo que nos dejen otras ocupaciones y compromisos. Pero más temprano, o más tarde, aquí estaremos.

Mientras las primeras intervenciones de este nuevo BLOG se dejan escribir, los invito y las invito a que conozcan los artículos y notas de opinión ya publicados en los últimos meses, y que encontrarán en mi página: www.antoniocamou.com.ar

Otra vez bienvenidos, y hasta pronto!!!

AC
La Plata, 25 de febrero de 2009

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