El sorpresivo deceso de Néstor Kirchner seguramente dará un vuelco significativo en el cuadro político del país, a un año exacto de realizarse las elecciones presidenciales.
En vida del caudillo santacruceño, el kirchnerismo enfrentaba para el año próximo dos gruesas opciones políticas: o bien peleaba por “todo”, corriendo el riesgo de perderlo todo; o bien peleaba por "algo", consciente de que no podía aspirar en este turno al premio mayor (por ejemplo, podía tratar de conservar la gobernación de la provincia de Buenos Aires, y esperar que –en un escenario dividido- un gobierno nacional de orientación radical-socialista se hiciera cargo de la pesadísima herencia por dejar).
Ya sin Kirchner, después de los días de insoslayable duelo, del trauma personal que significa la enorme pérdida, y de la corriente de apoyo popular que seguramente la acompañará, la Presidenta tendrá que afrontar por sí misma el que probablemente sea el dilema estratégico más grave de toda su vida: “lealtad” o “salida”.
En el escenario de la “lealtad” –entendida más en el sentido de una lógica decisional que en términos de la mística peronista- la Presidenta se hace cargo de continuar el proyecto político que lo unía a su esposo, y entonces reorganiza la lucha con sus (¿renovadas o menguadas?) promesas de éxito y sus amenazas de rotundos fracasos.
En el escenario de la “salida”, en cambio, la Presidenta empieza a ver este año y pico de gestión como la transición hacia otro gobierno peronista, y bajo el holgado paraguas de la negociación fraterna –entre hermanos sedientos de poder, es claro, pero hermanos al fin-, negocia con algunos sectores del Peronismo Federal una transición más suave, incluyendo el intercambio de candidaturas, espacios de poder y tranquilidades judiciales (en este escenario, las acciones de alguien como Daniel Scioli ofrecen muy buenos dividendos a los interesados de distintos grupos). Seguramente habrá más de una pelea en la travesía, pero al interior de límites dibujados por el ansia compartida de mantenerse en el poder. Incluso de rebote hasta pueden acordarse algunas buenas políticas.
Claro que la Presidenta no estará -para su bien y para su mal- en completa soledad. La densa red de variopintos seguidores kirchneristas, una trama de círculos concéntricos urdida por el paciente, resuelto e irremplazable trabajo de su marido, empezará a tallar con diferentes reclamos, ambiciones y propuestas a la hora de las difíciles opciones a enfrentar.
Entre los muchos “detalles” a resolver hay uno sobre el que no habría que perder pisada. Es probable que el mejor candidato electoral que salga de estos enjuagues –por imagen, aceptación de los votantes, etc.- no sea necesariamente el que tenga el ancho de espaldas suficiente para ocupar el lugar vacío del Jefe. Por lo cual el movimiento volvería a tener –afortunadamente con muchos menos aires de tragedia- un candidato al gobierno que, se sabe de antemano, no es el que manejará el poder.
En cualquier caso, de la manera más o menos civilizada en que se resuelvan los pormenores sucesorios al interior del peronismo, mucho dependerá la gobernabilidad democrática del país en los inciertos tiempos por venir.
Berlín, Octubre 27 de 2010.
En vida del caudillo santacruceño, el kirchnerismo enfrentaba para el año próximo dos gruesas opciones políticas: o bien peleaba por “todo”, corriendo el riesgo de perderlo todo; o bien peleaba por "algo", consciente de que no podía aspirar en este turno al premio mayor (por ejemplo, podía tratar de conservar la gobernación de la provincia de Buenos Aires, y esperar que –en un escenario dividido- un gobierno nacional de orientación radical-socialista se hiciera cargo de la pesadísima herencia por dejar).
Ya sin Kirchner, después de los días de insoslayable duelo, del trauma personal que significa la enorme pérdida, y de la corriente de apoyo popular que seguramente la acompañará, la Presidenta tendrá que afrontar por sí misma el que probablemente sea el dilema estratégico más grave de toda su vida: “lealtad” o “salida”.
En el escenario de la “lealtad” –entendida más en el sentido de una lógica decisional que en términos de la mística peronista- la Presidenta se hace cargo de continuar el proyecto político que lo unía a su esposo, y entonces reorganiza la lucha con sus (¿renovadas o menguadas?) promesas de éxito y sus amenazas de rotundos fracasos.
En el escenario de la “salida”, en cambio, la Presidenta empieza a ver este año y pico de gestión como la transición hacia otro gobierno peronista, y bajo el holgado paraguas de la negociación fraterna –entre hermanos sedientos de poder, es claro, pero hermanos al fin-, negocia con algunos sectores del Peronismo Federal una transición más suave, incluyendo el intercambio de candidaturas, espacios de poder y tranquilidades judiciales (en este escenario, las acciones de alguien como Daniel Scioli ofrecen muy buenos dividendos a los interesados de distintos grupos). Seguramente habrá más de una pelea en la travesía, pero al interior de límites dibujados por el ansia compartida de mantenerse en el poder. Incluso de rebote hasta pueden acordarse algunas buenas políticas.
Claro que la Presidenta no estará -para su bien y para su mal- en completa soledad. La densa red de variopintos seguidores kirchneristas, una trama de círculos concéntricos urdida por el paciente, resuelto e irremplazable trabajo de su marido, empezará a tallar con diferentes reclamos, ambiciones y propuestas a la hora de las difíciles opciones a enfrentar.
Entre los muchos “detalles” a resolver hay uno sobre el que no habría que perder pisada. Es probable que el mejor candidato electoral que salga de estos enjuagues –por imagen, aceptación de los votantes, etc.- no sea necesariamente el que tenga el ancho de espaldas suficiente para ocupar el lugar vacío del Jefe. Por lo cual el movimiento volvería a tener –afortunadamente con muchos menos aires de tragedia- un candidato al gobierno que, se sabe de antemano, no es el que manejará el poder.
En cualquier caso, de la manera más o menos civilizada en que se resuelvan los pormenores sucesorios al interior del peronismo, mucho dependerá la gobernabilidad democrática del país en los inciertos tiempos por venir.
Berlín, Octubre 27 de 2010.
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