PLATAFORMAS

domingo, 21 de junio de 2009
La decadencia de cualquier género (las postales de verano, el piropo, la serenata) suele aflojar el pudoroso lagrimal de la nostalgia; en algunos casos, además, ofrece algún motivo para la sana preocupación. El asunto viene a cuento por el inocultable declive de un arte menor, la escritura de plataformas.

Digo escritura, y no lectura, porque en ninguna imaginaria edad de oro de la participación política la completa digestión de densos mamotretos partidarios fue objeto de masivo entusiasmo. A lo más, el improbable lector o lectora sobrevolaba el índice, exploraba la introducción, y se concentraba en aquellos asuntos de su particular interés, directo conocimiento o abrasadora actualidad: nuestra posición frente al conflicto limítrofe indio-pakistaní, el plan de acción frente al paludismo, la precisa geografía de las propuestas de alcantarillado, etc.

Todavía en 1989 el Instituto Superior de Conducción Política del Partido Justicialista creyó oportuno publicar en varios volúmenes su Análisis, Lineamientos Doctrinarios y Propuestas para la Acción del Gobierno Justicialista. Tengo a la mano el tomo I, que se extiende a lo largo de 395 detalladas páginas, donde se desmenuzan, entre otros temas, lo que habría de hacerse con la “regionalización de los servicios de salud”, el abaratamiento de los fletes de “nuestra Flota Mercante”, y la “plena industrialización del Cobalto 60”.

Ignoramos si el entonces candidato Carlos Saúl Menem leyó el documento, pero según es fama fue el propio caudillo riojano quien empezó a herir de muerte al género; lo hizo un día que, muy suelto de cuerpo, señaló en una revista de variedades que “si antes de las elecciones decía lo que iba a hacer, no me votaba nadie”.

Pasados los años, los distinguidos intelectuales kirchneristas reunidos en el espacio Carta Abierta no dejan de lamentar que las decisiones de un gobierno que apoyan carezcan de un cierto marco programático. “No creemos equivocarnos –advierten en su cuarta epístola a los compatriotas- si decimos que falta la elaboración, explicitación y proyección de algo previo a ciertas medidas importantes”. El punto es digno de toda atención porque señalan orfandades escriturarias y doctrinales que constituyen un notorio déficit de la pareja presidencial. Como todos sabemos, Néstor Kirchner es un tribuno de atril enjundioso, pronunciar atolondrado y diccionario angosto, mientras que la actual presidenta –en cambio- es una oradora distinguida y de palabras tomar; pero ambos han discurrido por la política navegando con vivaz bandera de ágrafos. Sin ir muy lejos, la insólita plataforma que el Frente para la Victoria presentó para los comicios presidenciales de octubre de 2007 era un sesudo y agendatario documento enumerativo que insumía la friolera de... tres páginas.

Mientras tanto, se dice por todos lados que “la gente quiere oír propuestas”. Pero salvo honrosas excepciones tal parece que no está dispuesta a “leerlas”; ya sea porque no dispone de tiempo o de conocimiento para analizarlas, ya sea porque no está muy dispuesta a fundar su juicio electoral en un dificultoso ejercicio de documentación comparada. Con un criterio algo más intuitivo, parecería que “la gente” prefiere invertir el tiempo en otros quehaceres y orejear a los candidatos según como vayan apareciendo en “Gran Cuñado”, o en algún otro entrevero televisivo. De este modo, en momentos en donde abundan los cruces judiciales, los sondeos maquillados, las operaciones de prensa o el reparto de plasmas, las viejas plataformas partidarias parecen melancólicos ensayos de borgeana categorización del mundo.

Y sin embargo, hubo un tiempo en que los denostados pero imprescindibles partidos políticos escribían plataformas como una parte habitual de su vida interna y de toda contienda democrática. Se nos dirá, con mucho de razón, que el problema clave es que hoy ya no tenemos partidos; y también que las cicatrices de la ausencia nos llevan a fogonear una idealización mal avenida: las plataformas nunca fueron un contrato inviolable entre representantes y representados, ni una implacable herramienta de responsabilización. Pero al menos cumplían algunas funciones importantes. Por de pronto, tendían a vincular un análisis de la situación actual y una propuesta concreta de resolución de problemas con cierta doctrina, con algún lineamiento estratégico de mediano o largo plazo. Además, en esos documentos se intentaba compatibilizar, a veces al riesgo de la mera mixtura, las visiones tecno-políticas disímiles al interior de una organización partidaria. Y finalmente, el proceso de elaboración de las plataformas oficiaba de espacio de integración, de posicionamiento y de competencia de los expertos que luego podían ocupar estratégicas posiciones de gobierno.

Sea como fuere, para algunos ya es tarde para lamentarse porque hoy los vientos parecen soplar para otros rumbos discursivos; pero otros, en cambio, aún creen que vale la pena rescatar ese género declinante aunque vayamos un poco a contracorriente. Como me confesaba un militante de a pie, defendiéndose por la telegramática brevedad de cierto colorido panfleto repartido en la vía pública: “Si escribimos textos largos, no los lee nadie; y a fin de cuentas, quién se va a acordar después de lo que escribimos”.

Bien mirado, quizá haya algo peor todavía que escribir plataformas para el común olvido, y es olvidar el por qué teníamos que escribirlas.

La Plata, 21 de junio de 2009.

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