DE LA MANO DE ALFONSIN

viernes, 3 de abril de 2009
En 1846, en las Notas que escribe a propósito de Civilización y Barbarie desde su exilio montevideano, Valentín Alsina le recuerda a Sarmiento una vieja verdad de la política criolla, y quizá también de toda política. Al reflexionar sobre el fracaso del gobierno de Rivadavia, el dirigente bonaerense se pregunta: “¿No cree Ud. que, si en vez de ir a Europa, va a recorrer las provincias, a adquirir relaciones personales, a hacerse conocer y amar personalmente…, y en fin, a estudiar y conocer el país, que no conoció nunca, otra, y muy otra, hubiera sido la suerte de su posterior presidencia?”.
El mensaje encerrado en la botella pinta de cuerpo entero una manera de entender la política a la cual Raúl Alfonsín le fue fiel durante toda su vida.
Desde esa mirada, la política es estudio, es proyecto de transformación, es diálogo civilizado, es elaboración permanente de lazos de confianza, es una forma de afecto hacia lo público fortalecida a través del trato personal, es un camino institucionalizado de construcción de poder y de resolución de conflictos.
Con sana porfía de gallego consecuente, el padre de la democracia argentina contemporánea volvió a defender el compromiso con esas banderas en sus últimas apariciones públicas. Lo hizo, por ejemplo, en el merecido homenaje que recibió en la Casa Rosada, el 1ero. de octubre de 2008, cuando recordó:

“Siempre creí y así lo dije en tantas oportunidades que es la misión de los dirigentes y de los líderes plantear ideas y proyectos evitando la autoreferencialidad y el personalismo; orientar y abrir caminos, generar consensos, convocar al emprendimiento colectivo, sumar inteligencias y voluntades, asumir con responsabilidad la carga de las decisiones. "Sigan a ideas, no sigan a hombres", fue y es siempre mi mensaje a los jóvenes. Los hombres pasan, las ideas quedan y se transforman en antorchas que mantienen viva a la política democrática”.

Y volvió a hacerlo unos días después, en el acto que los jóvenes radicales organizaron en el Luna Park, para recordar el primer cuarto de siglo de la democracia recuperada.
El acto fue una rara mezcla de proyecto y de nostalgia, pero también un deber de estricta justicia. Había una multitud entusiasta de pibes que jamás compraron un chicle con un Austral, junto a racimos de señoras con ojos húmedos que habían votado por el Dr. Illia. Había dirigentes de toda laya, enrolados en las más diversas y fragmentadas capas geológicas del radicalismo, mezclados con militantes de corazón, y ciudadanos de a pie que fueron al Luna a celebrar los 25 años de democracia, y a homenajear al líder político que más ayudó a reconstruirla. Había muchos que lo habían votado aquel 30 de octubre de 1983, y también estábamos algunos que no lo habíamos votado nunca.
En su breve mensaje, ayudado por unas notas garabateadas que nunca leyó, un Alfonsín de entrecasa y sin corbata, mostró retazos de la energía de siempre, y a cada quien le destinó un sayo para ponerse.
Al gobierno lo zarandeó al decirle que "no puede sentirse el realizador definitivo de la Argentina del futuro porque haya ganado una elección", ni creer que se construye democracia "sobre la base de la destrucción" de todo lo preexistente; a su propio partido le recomendó mirar para adelante, y no quedarse “en un pasado que ya fue"; y a la dispersa oposición le recordó la importancia del diálogo, un "diálogo que no es simplemente diálogo entre gobierno y oposición, que es diálogo también dentro de la oposición". Y para completarla, dejó flotando en el viento un mensaje ecuménico: "Tenemos que querernos más entre todos los argentinos, porque a través del esfuerzo común es como vamos a resolver nuestros problemas".
El que hablaba era un Alfonsín gastado por la enfermedad, sobreviviente de mil batallas, pero animado por el ángel terco de su compromiso militante. El mismo compromiso que casi lo lleva a la muerte, una década atrás, en junio de 1999, mientras trajinaba por una desamparada ruta patagónica rumbo a Ingeniero Jacobacci.
Por aquellos días su estrella política aparecía eclipsada y su estilo proselitista un resabio de tiempos idos. En pleno auge de la “mass-mediatización” de la política, de la manufactura televisiva de productos electorales, de las lealtades fiscales, un ex presidente de 72 años, sin estructura de prensa, sin recursos, casi sin acompañantes, se imponía una vez más la tarea de caminar el país, de recorrer pueblo por pueblo, de movilizar comité por comité, de persuadir cara a cara.
La crónica de época recuerda que una semana antes del accidente, “había pasado por lugares tan distantes como Malvinas Argentinas, Quilmes, General Belgrano, América, La Pampa, Trenque Lauquen, San Luis y Río Negro”, y que todavía lo esperaban cuarenta actos en la provincia de Buenos Aires. En muchos de esos encuentros nadie esperaba encontrar multitudes; apenas el quórum propio de los dirigentes locales, un puñado de militantes fieles, y unos pocos vecinos curiosos que aceptaban el convite. Pero él, rememoran sus seguidores, “nunca preguntaba cuánta gente había antes de asistir a un acto”.
Tengo para mí que ese accidente comenzó a operar una magia secreta. Una cálida corriente de afecto popular volvió a envolver la figura de Alfonsín, y ya no lo abandonó, y seguramente jamás lo abandone. Fue sobre todo a partir de entonces cuando empezó a palpitarse más claramente que su palabra, su obra, su conducta, seguían mostrando un sendero que valía la pena seguir recorriendo.
Poco a poco también empezó a cambiar el espejo desde el cual escudriñábamos ese rostro multiplicado en afiches, en obleas y en pancartas rojiblancas. Sin dudas, Alfonsín fue un líder político extraordinario que se ha ganado un lugar en nuestra historia por mérito propio. Pero si en los años ochenta lo juzgábamos con la exigente vara de nuestras inagotables expectativas democráticas, lentamente comenzamos a vindicarlo a partir de las mezquinas experiencias políticas que lo sucedieron.

En su último discurso en la Casa Rosada, fue él quien rememoró al pensador italiano Norberto Bobbio, al decir que “somos también lo que elegimos recordar”. Desde mañana, a la historia corresponderá decantar los aciertos y los errores de su largo paso por los turbulentos años de la política que le tocó vivir. Pero hoy, más que nunca, una sociedad huérfana de ejemplos que nos sirvan de ley ha elegido recordar al viejo luchador político, democrático y republicano, honrado y austero; al afiliado histórico de la Unión Cívica Radical; al miembro fundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos; al Presidente que promovió la paz y la integración regional; al que impulsó el inédito juicio a las cúpulas militares; al dirigente que asumió la bandera universalista de la defensa de los Derechos Humanos, por sobre utilizaciones instrumentales, oportunistas o partisanas; al líder político que nos enseñó a varias generaciones de argentinos y de argentinas que el Preámbulo de la Constitución Nacional podía ser recitado como una plegaria laica, un renovado programa de gobierno, una esperanzada promesa de futuro.
Pero si su fidelidad a estos principios y valores resaltan sobre el telón de fondo de una dirigencia acomodaticia, obscenamente enriquecida, desertora impenitente de sus obligaciones públicas, también el mensaje de Alfonsín sigue reverberando como un proyecto inacabado. De ahí su insistencia, en aquel discurso, por enfrentar algunos de los más acuciantes desafíos del presente.
Por de pronto, la necesidad de superar el “canibalismo político” en pos de una sociabilidad política que, sin eludir el conflicto, apueste a la construcción y al consenso. Para decirlo con sus propias palabras:

“La política implica diferencias, existencia de adversarios políticos, esto es totalmente cierto. Pero la política no es solamente conflicto, también es construcción. Y la democracia necesita más especialistas en el arte de la asociación política. Los partidos políticos son excelentes mediadores entre la sociedad, los intereses sectoriales y el Estado y desde esa perspectiva hemos señalado que lo que más nos preocupa es el debilitamiento de los partidos políticos y la dificultad para construir un sistema de partidos moderno que permita sostener consensos básicos. No será posible resistir la cantidad de presiones que estamos sufriendo y sufriremos, si no hay una generalizada voluntad nacional al servicio de lo que debieran ser las más importantes políticas de Estado expresada en la existencia de partidos políticos claros y distintos, renovados y fuertes, representativos de las corrientes de opinión que se expresan en nuestra sociedad”.

Claro que esa reconstrucción institucional de la política democrática en nuestro país no puede ir desligada de su compromiso social:

“Democracia es vigencia de la libertad y los derechos pero también existencia de igualdad de oportunidades y distribución equitativa de la riqueza, los beneficios y las cargas sociales: tenemos libertad pero nos falta la igualdad. Tenemos una democracia real, tangible, pero coja e incompleta y, por lo tanto, insatisfactoria: es una democracia que no ha cumplido aún con algunos de sus principios fundamentales, que no ha construido aún un piso sólido que albergue e incluya a los desamparados y excluidos. Y no ha podido, tampoco aún, a través del tiempo y de distintos gobiernos construir puentes firmes que atraviesen la dramática fractura social provocada por la aplicación e imposición de modelos socioeconómicos insolidarios y políticas regresivas”.

Para finalizar, cabe anotar una casual simetría de efemérides que ha reunido en estas mismas horas el recuerdo trágico de la invasión a Malvinas y la muerte del veterano líder radical. La coincidencia ha servido a algunos para enfatizar que la democracia argentina nació de aquella insensata guerra perdida. En parte es cierto, y en parte también corresponde recordar el rosario desarticulado de formas pacíficas de resistencia bajo el imperio dictatorial, pero cometeríamos un severo error de apreciación al leer aquellos procesos a la luz de una mecánica de dominó. La guerra de Malvinas, sin dudas, generó un enorme vacío de poder y abrió también una ventana de oportunidad; pero solamente un liderazgo político constructivo podía transformar esa apertura en un quiebre definitivo con el pasado autoritario, en el nacimiento de un inédito ciclo democrático, en una entrada a la vida pacífica y republicana. Y ésta fue la obra incuestionable del primer presidente de la democracia.
Salvando las enormes distancias entre aquellos años inclementes y nuestras actuales miserias, también hoy vastos sectores de la sociedad argentina sufren otros vacíos y padecen penosas orfandades; y quizá también hoy podamos recuperar algo de aquel espíritu del ’83, pero con el beneficio de inventario de todos los años que siguieron, con el saldo ominoso de las cosas que aprendimos.
Y aunque nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos; porque ahora estamos más pobres, somos más viejos, nos sentimos más inseguros, o nos hemos puesto un poco más cínicos, todavía y siempre habrá lugar para recuperar la esperanza.
Si así fuere, esa energía social que caminó en estas horas por las calles, que atravesó al país de cabo a rabo, que conmovió a propios y a extraños, no se disipará en un nuevo fracaso colectivo o quedará en el recuerdo como un fogonazo circunstancial.
Si así fuere, quizá podamos aprovechar este envión anímico para retomar la agenda incumplida de las promesas democráticas.
Esa agenda que empezamos a escribir de la mano de Alfonsín.

La Plata, 2 de abril de 2009

2 comentarios:

Unknown dijo...

Gracias por verbalizar con tanta claridad y sentimiento, lo que sentimos miles de ciudadanos en busca de valores perdidos y añorados, que necesitamos para reconstruir el proyecto de nación republicana basado en educación, seguridad, justicia, salud y trabajo para todos. Esa es la gran esperanza...
Olga

Antonio Camou dijo...

Estimada Olga, muchas gracias por tus palabras. Desafortunadamente, en estas horas nos enteramos que ciertos dirigentes políticos se aprestan a manipular candidaturas electorales en un procedimiento reñido con la más elemental moral pública. Habrá que seguir trabajando para recuperar los valores democráticos y republicanos que, hace apenas unos días, una multitud de argentinos y argentinas volvió a demandar.

Cordiales saludos, AC

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